Raymond Aron

Varios traductores. RBA. Barcelona, 2013. 1.150 páginas, 29 €.



Han transcurrido treinta años desde la aparición de las Memorias de Raymond Aron (1905-1983). RBA tiene ahora el acierto de incluir los tres capítulos excluidos en la edición de 1983 por criterios editoriales y ofrecer un libro que sigue siendo una de las mejores introducciones a la historia del siglo XX. El género biográfico tiene sus espacios y sus matices. Británicos y norteamericanos prefieren desde Gibbon y Benjamin Franklin la autobiografía. En Francia se cultivan con fruición las memorias desde el siglo XVIII. Recordemos las del cardenal de Retz (1717), ácida crítica hacia la vida de su tiempo, o las tremendas descripciones de los personajes de la corte de Luis XIV, entre 1691 y 1723, que nos ha dejado el duque de Saint-Simon en las suyas. Ya en el siglo XX, el general De Gaulle dejó unas excelentes.



Nacido en 1905 en el seno de una acomodada familia francesa de origen judío, amigo y condiscípulo de Jean-Paul Sartre, Georges Canguilhem y Paul Nizan en la prestigiosa Escuela Normal Superior de la parisina rue d'Ulm, Aron se doctoró en Letras en 1930 y completó su formación en las universidades de Colonia y Berlín. Testigo de la transformación de la Alemania de la República de Weimar al estado nazi que desencadena la Segunda Guerra Mundial, vuelve a Francia para enseñar en las universidades de Burdeos y Toulouse. En esos años publica Introducción a la filosofía de la historia (1938).



Al venirse abajo Francia consigue pasarse a Inglaterra y enrolarse en el Ejército Francés de Liberación. Entre 1940 y 1944 es redactor jefe del periódico La France Libre. Acabada la guerra se instala en París y enseña sociología, al tiempo que se convierte en pieza clave y editorialista del conservador Le Figaro. En 1955 publica El opio de los intelectuales, su libro más conocido, un duro ataque a Sartre, al marxismo y a los numerosos intelectuales franceses que todavía no querían ver los crímenes de Stalin y del comunismo.



Anticolonialista y crítico con el mayo del 68, Aron deja su tribuna en Le Figaro poco después de que Robert Hersant, propietario del más poderoso imperio francés de prensa, compre el periódico en 1977 y trate además de imponer sus ideas políticas. Ese mismo año una embolia le obliga a replantearse su vida cotidiana y se decide a escribir sus Memorias.



Aron recibió ataques, premios y honores a lo largo de su vida. Tuvo amigos y conocidos de primer nivel en todo el mundo. Henry Kissinger se proclamaba discípulo suyo. Se sentía muy orgulloso del Premio Goethe otorgado por la ciudad de Francfort y concedido tres años antes a Lukács y tres años después a Ernst Jünger.



Con la publicación de estas memorias poco antes de su muerte, Aron se había convertido, como señala Jean Daniel en su excelente libro Los míos (Galaxia Gutenberg, 2012), en "Príncipe de los intelectuales de Francia". Su influencia y su prestigio eran gigantescos. La izquierda se ponía de luto y la derecha quedaba inválida. Una situación curiosa para alguien que, como leemos en este gran volumen, fue muy atacado por su liberalismo templado o social.



Curioso también porque, como señala con acierto Alain Minc en Una historia política de los intelectuales (Duomo, 2012), Aron no tenía, como Sartre, camaradas. Fue siempre un solitario, y durante la guerra fría eso fue muy duro en Francia. Mantener su independencia le costó severas enemistades. De Gaulle, con quien había compartido exilio y partido, se preguntaba si era un periodista que da clases en la Sorbona o un profesor que escribe en Le Figaro. La izquierda sostenida por el diario Le Monde siempre creyó que era mejor estar equivocado con Sartre que acertar con Aron.



Aunque la mirada de Aron estuvo dirigida hacia Alemania más que hacia España, su influencia es palpable en profesores de la talla de Luis Díez del Corral o Luis Rodríguez Zúñiga. Sí, en la convulsa Europa, la vida y el pensamiento de Aron siguen dando luz.