Quema de libros en la Alemania nazi

Traducción de Marc Jiménez Buzzi. RBA. Barcelona, 2013. 383 páginas, 21 euros

Ya que viene de Alemania, y presta especial atención a lo que por aquellas latitudes ocurrió a propósito del tema, este libro me ha hecho recordar teorías empíricas que consideran la Literatura como una suma de acciones comunicativas, como la producción de textos y la mediación necesaria para que sean difundidos y recibidos por los lectores, sin que falte la posibilidad de un "posprocesado" o transformación de los comunicados literarios. Ese "sistema literario" constituye una verdadera estructura, porque cada agente participa con y depende de todos los demás. Pero amén del productor, el receptor y el recreador, no se puede obviar la importancia sistémica del mediador, categoría en la que junto a los agentes literarios, los editores, los académicos y profesores, los periodistas culturales, etc., tienen ingratamente su lugar los censores.



No nos ofrece Werner Fuld en realidad una historia de los libros prohibidos, sino una crónica noticiosa y fluida de una constante que acompaña a la literatura desde la Antigüedad hasta la Posmodernidad: la mediación censorial y proscriptora, que, por muy poderosos que sean sus promotores (Estados, Iglesias, Partidos, Ideologías, la propia Sociedad civil), en muy contados casos salen triunfantes ante la fuerza de la creación y la avidez de la recepción. Fuld quiere demostrar "la victoria de la palabra sobre el poder", la "supervivencia de la memoria humana almacenada en los libros" a los que Fernando Báez acaba de definir como la más eficaz "tecnología de la memoria". Ya Tácito, a raíz del ataque de Tiberio contra el historiador Cremucio Cordo, había vaticinado que en tales conflictos la autoridad de los talentos perseguidos crece, y sus perseguidores se granjean no otra cosa que el deshonor para sí y la gloria para aquellos.



En esta guerra menudean los tiros por la culata. Así con el episodio de Doctor Zhivago, que lo convirtió, según Fuld, en el "primer best seller mundial de la historia" (página 261). Se historia aquí la prohibición de los libros por medio de casos concretos enhebrados sin mayor orden y concierto, la mayoría de los cuales (sobre todo los más detalladamente reseñados) corresponden a la literatura alemana y sus diferentes sistemas, desde la época luterana hasta Metternich, el nazismo, la RDA o la propia actualidad de la república unificada. Pero no faltan tampoco ejemplos procedentes de China, de los países islámicos, Francia, Gran Bretaña e Irlanda, y los Estados Unidos (de España, poco pero flojo). A veces Fuld subraya deliberadamente contradicciones como las de que el III Reich quemase libros de Hemingway o John Dos Passos que no corrían mejor suerte en algunos Estados norteamericanos por aplicación de la tristemente famosa Ley Comstock, que acabó confiriendo al servicio postal ilimitadas competencias censoras. El Ulysses de Joyce fue víctima de ellas, mientras la Alemania hitleriana se olvidaba asombrosamente de esta novela irlandesa protagonizada por un odiseo judío de nombre Leopold Bloom.



Es fascinante la enumeración de instrumentos y recursos que los censores de toda laya pusieron en juego para fracasar: hogueras, picotas, "ejecuciones" públicas de libros, autos de fe, listas o índices, "infiernos" como reductos de prohibido acceso en las bibliotecas... Pero también excomuniones, fatwas, administraciones postales, aduanas, espías y delatores, concilios, sobornos, chantajes, Ministerios como el de Educación del pueblo y propaganda comandado por el filólogo Joseph Goebbels, o más modestos pero no menos inquietantes departamentos administrativos como la alemana "Oficina federal de control de medios no aptos para menores" reactivada ¡en 2003! También está la posibilidad de bloquear la circulación de una obra, incluso aprobada por la censura, como cuando el emperador quiso comprar para sí en 1828 los derechos de una pieza teatral de Grillparzer. Y sin olvidar la autocensura. En 1958 Christa Wolf afirmaba ante su Asociación que "un escritor socialista de talento es alguien que sabe pensar y sentir lo que se debe pensar y sentir, y sabe expresarlo".



En sus últimas páginas Werner Fuld pone el dedo en la llaga cuando saluda las historias de la censura por venir y comenta anecdóticamente que en las novelas del futuro (incluso, digo yo, en las de la serie negra) "solo saldrá humo de la chimenea". Es el fantasma que recorre Europa y América: la corrección política, que ya no será mediación de Iglesia, Estado, Partido o ideología, sino de una entidad abstracta, etérea e inapelable, emanada casi taumatúrgicamente de la sociedad civil.