Imagen de Le ParK
Como no faltará el cursi que comience su reseña de este fantástico libro haciendo una teoría de las distopías contemporáneas desde Ballard hasta Cormac MacCarthy yo prefiero comenzar la mía diciendo que la mejor manera de afrontar la lectura es la de un relato de viajes clásico. Tal y como uno se sienta a leer el Viaje Sentimental de Sterne o (si me apuran) Viaje alrededor de mi habitación de Xavier Maistre (donde se describen lugares cuya existencia es tan dudosa como el ParK, con K mayúscula, de Bruce Bégout), debería sentarse a leer este inquietante relato a medio camino entre la ciencia ficción, el ensayo sobre arquitectura, la ficción kafkiana y la crónica periodística. Bégout (Burdeos, 1967) es ya un viejo conocido del público español acostumbrado al pensamiento bizarro con dos libros que en cierto modo han adquirido una secreta categoría de clásicos para una minoría inquieta: Zerópolis (un ensayo sobre Las Vegas) y Lugar común: el motel norteamericano. Bégout piensa el espacio desde un lugar perverso, es decir, vacío. La categoría de la arquitectura perversa o, como se la denomina aquí, la "neuro-arquitectura", la idea de que las construcciones deben provocar correspondencias con las secreciones fundamentales de nuestro sistema vital, de que los flujos de lo inerte y los flujos de lo vivo deben amalgamarse para crear una especie de continuidad entre lo interior y lo exterior, es sin duda la idea raíz de este Le ParK.En este inexistente y desquiciado parque de atracciones situado en una isla y nacido de la mano de un empresario ruso, un misterioso arquitecto que vive recluido y consagrado al desarrollo de la neuro-arquitectura se agrupan -haciendo gala de una totalidad novedosa- una reserva animal y un parque de atracciones, un campo de concentración y una tecnópolis, una feria y un campamento de refugiados, un cementerio y un kindergarten, un parque zoológico y una residencia de ancianos, un arboreto y una cárcel. Desde un casino en un campo de exterminio, unas temibles duchas y un sádico Reptilarium, la mirada de Bégout va recorriendo ese parque atestado de figurantes en el que los verdaderos visitantes son sólo cien al día y han pagado una suma disparatada para acceder a las instalaciones. Hasta el entusiasmo es en Le Park, una pura figuración.
Perverso o sencillamente delirante, Bégout hace lo que decía Baudrillard que se había hecho el siglo XX con el mal: volverlo "transparente". Los signos del delirio y las peores crueldades son en Le ParK una manifestación sin profundidad, una atracción, una pantalla, un espacio y seguramente por encima de todo "una idea" porque Le ParK es un libro Cool en el sentido más estricto de la palabra: frío. De cuando en cuando cae Bégout en la paradoja del escéptico (la del que se ve obligado a pronunciar una verdad absoluta -"nada es verdad"- para exponer que no cree en la verdad absoluta), crea constantemente imágenes simbólicas pero se ve obligado a repetir constantemente que no deben ser interpretadas como símbolos, crea el paradigma del signo y luego le niega su significado. Es, en cualquier caso, un defecto menor en un libro que resulta, al final fascinante tanto en su perspectiva de crónica de viajes, de visita a un lugar imposible, como en el relato kafkiano (es fantástico en ese sentido el pequeño relato sobre Leer, el visitante que se pierde en Le Park), o el ensayo.
Bégout es un escritor no sólo eficaz sino cargado de todos los recursos de la posmodernidad: desde la cita, hasta el relato clásico pasando por la confesión en primera persona y el artículo, se va deslizando para adoptar el tono que más le interesa en todo momento. Le ParK es, con toda seguridad, lo más cercano a la novela que le habría gustado escribir a Baudrillard.