Soldado del 2° Batallón de Infantería de retirada de Irak (2010)

Traducción de Efrén del Valle. Crítica. Barcelona, 2014. 288 páginas, 19'90 euros. Ebook: 13'70 euros

Más de dos millones de estadounidenses han sido enviados a combatir en Irak y Afganistán desde 2001. De vuelta en casa o en otras misiones menos peligrosas, la mayor parte de ellos se consideran física y mentalmente sanos. "Siguen adelante" -escribe el redactor y ex corresponsal del Washington Post David Finkel (1955)- "pero luego están los demás, aquellos para quienes la guerra prosigue."



Entre un 20 y un 30 por ciento vuelve a casa con trastorno por estrés postraumático -TEPT-, enfermedad mental desencadenada por el terror, o con LCT, una lesión cerebral traumática que se produce cuando el cerebro recibe una sacudida tan violenta que colisiona en el interior del cráneo y provoca daños psicológicos: depresión, ansiedad, cambios de personalidad, paranoia, esquizofrenia, divorcios, tendencias suicidas y docenas de pastillas diarias para alejar a los fantasmas, el todoterreno de Harrelson estallando en llamas, a Emory recibiendo un tiro en la cabeza y derrumbándose en un charco de sangre... "Esta mierda no hubiera ocurrido si hubieras estado allí". Era un cumplido entre soldados, pero Adam, especialista en la localización de explosivos que esa mañana se había quedado en la base, no lo entendió así. "Aquellas palabras lo desgarraron como metralla", escribe Finkel. "Era culpa suya. Es culpa suya".



Irak y Afganistán han generado unos 500.000 heridos mentales y entre 200 y 300 suicidios por año entre los excombatientes estadounidenses. ¿Cómo calibrar la auténtica envergadura de esas cifras y de sus consecuencias en un país que desde 1945 ha librado más guerras que ningún otro y ha prestado tan escasa atención a sus secuelas?, se pregunta el autor, bregado en docenas de conflictos y premiado, entre otros, con el Robert F. Kennedy, el Missouri Lifestyle el MacArthur ‘Genius Grant' y el Pulitzer en 2006 por sus reportajes sobre las campañas democráticas financiadas por USA en Yemen. "Una manera de hacerlo sería imaginarse a los 500.000 militares como puntos que se iluminan sobre un mapa de Estados Unidos", se responde. "La imagen sería la de un país que brilla de costa a costa".



Otra, la elegida por Finkel, es seleccionar a algunos de ellos, ganarse su confianza, visitar sus infiernos particulares durante meses o años y mostrarnos la cara más oculta de la guerra. Todos los elegidos -Adam, James, Jessie, Tausolo, Nic…- salieron del Fuerte Riley, Kansas, sirvieron en el Batallón de Infantería 2-16 desplegado en Kamaliyah, Irak, y Finkel los acompañó durante meses en 2007 como empotrado. En Los buenos soldados (2009) resumió aquella experiencia: la guerra exterior, sin frentes definidos, sin enemigos uniformados, sin objetivos claros, sin descanso... que a algunos les volvió locos.



El 3 de septiembre de 2010 escribí aquí, en El Cultural, sobre Los buenos soldados: "Como los Dispatches de Michael Herr sobre la guerra de Vietnam o Sin novedad en el frente, la radiografía de Remarke sobre la I guerra mundial, Finkel se olvida de la macropolítica y de las grandes estrategias, y nos sumerge en el horror de la guerra, en la sangre, el miedo y la desesperación, con algunas, muy pocas [...] concesiones a la esperanza".



Gracias por sus servicios es la segunda parte de la saga: la guerra interior de los que vuelven tocados, una guerra con frentes precisos (hospitales, familias, memorias, sentimientos de culpabilidad). Otra obra periodística de no ficción, fruto de numerosos viajes por Kansas, Colorado, Iowa y California, de incontables horas de entrevistas y un minucioso seguimiento de los registros del ejército estadounidense, de la Administración de excombatientes, registros judiciales, grabaciones del servicio de emergencias, documentos históricos, fotografías, vídeos, cartas, emails y diarios de los participantes en el experimento. ¿Por qué se prestaron a un juego tan doloroso que les obligó a revivir los momentos más dolorosos de sus vidas? "Quiero que se sepa, que no se olviden de nosotros", confiesa Adam. "(Adam, protagonista principal) sigue siendo un buen tipo", dice Saskia, su esposa. "Tan sólo es un buen tipo destrozado".



Todos los que fueron a la guerra -los 30 de su pelotón, los 120 de su compañía y los 800 de su batallón- regresaron destrozados en desigual medida, incluso los que están bien. "Dudo que nadie volviera de ese despliegue sin alguna clase de demonio que tuviera que dilucidar", asegura uno de los soldados que estuvieron con Adam.