Byung-Chul Han. Foto: Herder

Traducción de Raúl Gabás. Herder. Barcelona, 2014. 80 páginas, 12'50 e.

La filosofía sigue siendo una herramienta fundamental para orientarnos entre los desconcertantes vaivenes de un mundo complejo. Eso sí, a fin de responder con eficacia a nuevas demandas de sentido, ha debido hibridarse con otros saberes y adoptar un tono más informal. El trabajo ensayístico de una generación reciente de pensadores alemanes, con Sloterdijk a la cabeza, es buen ejemplo de ello. Claro que desbordar los márgenes de la academia para abrirse a contextos multidisciplinares en un lenguaje menos riguroso resulta una operación arriesgada, que puede arrojar un saldo ambivalente. Es el caso de la obra de Byung-Chul Han (Seul, 1959), coreano de origen, pero formado y afincado en Alemania, en la actualidad profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de las Artes de Berlín, y ahora convertido allí en autor de moda. Sus libros, extremadamente breves, son elogiados como piezas destacadas de un pensamiento radical, que denuncia las miserias del neoliberalismo al poner en evidencia, bajo su aparente régimen de libertades, un sistema de auto-explotación del individuo. Es la tesis principal de su libro más afamado, La sociedad del cansancio (Herder, 2012). En él polemiza con el pensador italiano Roberto Esposito y su noción de inmunidad, una categoría central de la filosofía política contemporánea. Según Han, el modelo social vigente no obedece tanto a una dialéctica de la inmunidad -la cual presupone el contacto insistente con una alteridad- cuanto a una dinámica de cierre narcisista del yo en una positividad excesiva, enfermiza, carente de contraste con el otro. Los trastornos más comunes de nuestro mundo no responderían ya a una amenaza virológica -pues estaríamos lo bastante inmunizados y aislados de toda exterioridad amenazante- sino a los desarreglos nerviosos de un ánimo hiperexcitado, agotado por una autoexigencia continua, cuyo único fin parece consistir en celebrar el propio rendimiento.



La agonía del Eros parte de idéntica descripción del actual estado de cosas, incidiendo en la idea de que esta erosión del otro implica la agonía del eros en nuestras vidas. En este "infierno de lo igual", donde todo se somete al consumo y a su exposición como mercancía, donde todo objeto resulta fácilmente reemplazable, lo erótico desaparece, sustituido por lo pornográfico de una sexualidad utilitaria y anodina. La depresión es la consecuencia más lógica del omnipresente narcisismo, con un sujeto impelido a rendir siempre más, como un esclavo hegeliano que se explota a sí mismo de manera voluntaria, hasta acabar extenuado. Para Han, la solución reside en una recuperación del eros (potencia puramente afirmativa al parecer, sin lado oscuro alguno), capaz de hacernos avistar la posibilidad de un mundo compartido con otros, despertando energías para una protesta política que verdaderamente cambie las cosas.



Son ideas bien edificantes, sin duda. Pero apenas añaden algo nuevo a la denuncia de la ideología de la autorrealización personal que ya muchos críticos de la deriva posmoderna de las sociedades tardocapitalistas formularon hace años: pensemos por ejemplo en Boltanski y Chiapello, combinados aquí con un freudomarxismo débole, lejanamente inspirado en Marcuse. Y la acusada vaguedad de las formulaciones de Han, poco contrastadas con los hechos, hace que éstas se deslicen con demasiada facilidad de un terreno de análisis y aplicación a otro. Cabría decir en ese sentido que donde el discurso del yo empresario de sí mismo ha terminado calando ha sido más en el espacio del ocio consumista que en el de las relaciones laborales; y que la descripción del sujeto del rendimiento realizada por Han funciona más en el plano de la psicología que en el de la filosofía política, siendo algo precipitado su rechazo de la pertinencia de la categoría de inmunidad para la política actual, donde siguen funcionando mecanismos de explotación, alienación y expulsión del otro. Aun así, resultan sugestivas sus indicaciones sobre una de las dimensiones del individualismo contemporáneo y, debidamente matizadas, contribuyen a completar el abigarrado perfil de nuestro mundo.