Roberto L. Blanco Valdés
"¡Está buena España!", decía un personaje de Luces de Bohemia. Roberto L. Blanco Valdés (La Estrada, Pontevedra, 1957) rescata la exclamación como cita preliminar en su nuevo libro, que tiene un sentido distinto de La construcción de la libertad (2010) y una inquietud más acusada que Los rostros del federalismo (2012), ambos en Alianza. Ya en este se dejaba notar la desazón de Blanco -catedrático de Derecho en la Universidad de Santiago- por la deriva centrífuga del sistema político español, caracterizado en su opinión por un federalismo de facto.Pero no es exactamente ese el problema ni radica ahí la alarma del autor. Un régimen político puede ser federal sin merma alguna de su funcionalidad y sin que el país vea por ello en peligro su unidad -la propia federación sería garante de la misma a partir del reconocimiento de la diversidad-. El problema no está en el grado de descentralización de un sistema sino en la fidelidad al mismo por parte de los protagonistas políticos que lo integran, sea cual sea su nivel de responsabilidad. Y es aquí donde falla no tanto la teoría como nuestra praxis política. La deslealtad de los nacionalismos catalán y vasco no solo se dirige frontalmente contra el artículo 2° de la Constitución -la "indisoluble unidad de la nación española"- sino que dinamita las reglas más elementales del juego democrático, de aquí y de cualquier parte, que establecen cauces determinados para los cambios políticos. Ningún ordenamiento puede transigir con que determinados sectores impongan sus exigencias a las bravas.
Sostiene Blanco Valdés que la perplejidad inicial ante esos hechos ha desembocado en irritación y hastío, mientras que los nacionalistas se muestran "siempre ofendidos, insatisfechos, disconformes". Para estos, argumenta el autor, toda concesión es solo el apoyo de la siguiente exigencia. "¿Cómo hemos llegado a esto?". La pregunta es la primera frase que el lector encontrará en la introducción y constituye la cuestión que se trata de desentrañar en las densas casi quinientas páginas restantes. Partiendo pues de una realidad incontrovertible, cuál es el profundo grado de descentralización acometido por el sistema político español en brevísimo tiempo, el autor se plantea explícitamente cómo, lejos de calmar las aspiraciones particularistas de partidos y movimientos periféricos, dicho proceso ha dado alas al impulso secesionista hasta límites que amenazan los cimientos de la estructura política y nuestra convivencia cívica.
Como es habitual en sus obras, Blanco Valdés realiza un análisis exhaustivo que aúna las dimensiones política, histórica, jurídica y constitucional. Su tono erudito -véanse las cincuenta páginas finales de citas en letra menuda-, no descuida un registro didáctico o divulgativo que permite al lector no especializado transitar por sus páginas sin perderse. El laberinto territorial español se estructura en dos partes claramente diferenciadas: la primera examina los dos momentos históricos anteriores en que se ensayó la descentralización, coincidentes (no por casualidad) con las dos repúblicas que, tan bienintencionada como torpemente aspiraron a democratizar y modernizar España (1873 y 1931-36); la segunda parte, bastante más extensa, examina esa otra "república" figurada que, bajo el ropaje de restauración monárquica, supo aprender de los errores pasados y materializó un reconocimiento de la pluralidad española que satisficiera a todos. El problema actual no radica pues en hallar otra fórmula de respeto a la diversidad sino en la deriva secesionista de los sectores nacionalistas: según el autor, cuando parecía que habíamos encontrado la salida del laberinto territorial -nuestra pesadilla política contemporánea- vivimos uno de los desafíos más graves de nuestra historia.