Francisco Fernando momentos antes de ser asesinado

Taurus. Madrid, 2014

El centenario de la Primera Guerra Mundial ha traído consigo que en los últimos meses se hayan publicado en nuestro país varias obras importantes, en su mayoría traducciones, tales como Sonámbulos: cómo Europa entró en guerra en 1914, de Christopher Clark (Galaxia Gutenberg, 788 pp.); 1914, el año de la catástrofe, de Max Hastings (Crítica, 728 pp.); Para acabar con todas las guerras, de Adam Hoschshild (Península, 615 pp.) o 1914-1918: Historia de la Primera Guerra Mundial, de David Stevenson (Debate, 896 pp.). Hemos podido leer también aportaciones españolas como 1914, el año que cambió el mundo, de Antonio López Vega (Madrid, 1978), una obra de divulgación destinada al gran público, bien escrita y de fácil lectura.



En su libro, Antonio López Vega, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense y biógrafo de Gregorio Marañón (Radiografía de un liberal, 2011, elegido mejor libro de no ficción de 2011 por los críticos de El Cultural) ha tomado ese increíble año como pretexto para escribir doce ensayos sobre otros tantos aspectos de la historia del siglo que toman su punto de partida de un acontecimiento ocurrido en cada uno de aquellos meses. El optimismo con que el editorial de The Times saludaba el nuevo año le sirve de base para abordar el progreso económico, tecnológico y científico que había experimentado Europa en las últimas décadas, marcadas por la paz, pero también los síntomas de desasosiego que empezaban a manifestarse en la cultura europea del momento.



Las agitaciones de las sufragistas británicas en febrero le dan pie para uno de los ensayos a mi juicio más logrados, que examina los inicios de la emancipación femenina, no sólo a través de la conocida lucha por el derecho al sufragio, sino a través de hitos como la concesión del premio Nobel de Física a Marie Curie en 1903 y del premio Nobel de la Paz a Berta von Stuttner, autora de la famosa novela pacifista ¡Abajo las armas!, en 1905. Y así, a lo largo de los doce meses van desfilando los intelectuales, la expansión de los Estados Unidos, la música y el arte, el nacionalismo, la globalización, las guerras, el ascenso del mundo extraeuropeo o el debate entre fe y razón. Se trata de un formato ágil, que no conduce a una visión muy coherente de lo que cambió en el mundo de 1914, pero que se lee bien.



Además del libro de López Vega, se ha publicado estos días otro ensayo de Emilio Campmany, analista político, historiador y novelista. Campany hace en Verano de 1914 (Esteságoras, 2014), una crónica de los contactos entre los principales gobernantes y diplomáticos europeos en los días cruciales que trascurrieron entre el 28 de junio, cuando un terrorista serbo-bosnio asesinó al heredero de la doble corona austro-húngara y a su esposa, y el 4 de agosto, cuando la entrada en guerra de Gran Bretaña terminó de definir la composición inicial de ambos bandos contendientes.



Capmany se ha basado en abundante documentación previa y le ha dado nueva vida, transformándola en animadas escenas en que monarcas, ministros y embajadores no sólo intercambian las afirmaciones que se recogieron en los informes, sino que piensan en lo que deben decir, en ocasiones son conscientes de mentir y a veces se lanzan miradas significativas. Se trata de un procedimiento que los puristas no verán con buenos ojos, pero que muchos lectores agradecerán, ya que equivale a estar discretamente presente en las conversaciones de hace un siglo en que personajes educadísimos (salvo quizá los rusos), condes o marqueses con mucha frecuencia, tomaron las decisiones que llevaron a millones de europeos a la muerte. Y salvo quizá en un par de casos, en los que Capmany parece haber recurrido más a su imaginación, el contenido de las conversaciones evocadas se ajusta a lo que se encuentra en la documentación diplomática. De ellas se deduce la firme voluntad de Austriade no satisfacerse con ninguna respuesta al crimen de Sarajevo que no fuera la guerra contra Serbia y la determinación de Alemania de reforzar esa voluntad, con el propósito de imponer por las armas su hegemonía en Europa.