El jardín de Giverny, tema priviligiado de Monet.

Antonio Machado. Madrid, 2014. 160 páginas. 14 euros

Qué extraño y maravilloso es este libro. Para empezar, su autora era para mí una perfecta desconocida (de hecho, pensé: una joven española interesándose por algo tan poco de moda como el viejo maestro impresionista). Pero no, Eva Figes (1932-2012) nació en Berlín en una familia judía y vivió en Londres desde 1939, donde desarrolló una intensa carrera literaria y publicó 14 novelas y varios ensayos, entre ellos el titulado Actitudes patriarcales.



A mi sorpresa inicial se fueron sumando otras, conforme avanzaba en la lectura. Porque realmente la luz es la protagonista de esta narración y como tal es tratada. Las descripciones de su comportamiento muestran que iluminar es sólo uno, el más trivial, de sus efectos. También reverbera y marchita, y hace madurar. Agrieta la madera del piso y blanquea la orla en la pared, derrite la cera y sorbe las manchas de humedad. En cambio, los seres humanos comparecen sin presentación alguna y es el lector el que tiene que armar un rompecabezas compuesto por piezas de tres generaciones. La abigarrada composición familiar se presenta sin prólogos, así que mejor será explicar que en Giverny Claude Monet y Alice Hoschede reunieron su progenie (2 hijos de Claude, viudo de Camille y 6 de Alice, que finalmente se divorció de Ernst Hoschede, quien fuera uno de los mecenas del pintor). En torno a esta estructura, críos y criadas, visitantes ilustres y la presencia perturbadora de los muertos.



El escenario es el gran jardín de Giverny y la casa en que vive la familia Monet, y la narración transcurre en un solo día, desde poco antes del amanecer hasta que entra la noche. Por pocos cuadros que hayamos visto de Monet, seguro que nos hemos tropezado con alguna vista de este lugar, tema privilegiado del pintor. Pero era algo más que un escenario especialmente querido. Más bien se trataba de una trampa perfectamente armada para capturar el paisaje en el momento exacto, y no tener que "andar como un loco, acechando las estaciones, el sol y el viento".



La obsesión del pintor por captar el punto de equilibrio entre el color y la luz, donde las formas de la naturaleza alcancen una expresividad que casi podamos entender, fue la razón principal para instalarse en la localidad normanda. Llegó allí a comienzos de la década de 1880 y permaneció hasta su muerte, en 1926. En el jardín, su diseño y cuidado (llegó a tener seis jardineros) y la introducción de flores exóticas (los famosos nenúfares, procedente de Sudáfrica), invirtió buena parte de su fortuna. Lo que no podía comprar ni ordenar era la luz, por eso la persigue desde antes del alba, a veces para apresar algo que no dura más de quince minutos.



Mientras que los adultos parecen oprimidos por el peso de un destino cuyos resortes sigue teniendo el patriarca de la familia, los pequeños tienen una asombrosa capacidad de ensimismarse y fundir en realidad su fantasía. Sólo ellos y el pintor miran el mundo como si estuviera recién acabado y acabado para ellos.