El beso, de Gustav Klimt, citado por Bill Sienkiewicz en Elektra.

Cátedra. Madrid, 2014. 348 páginas. 28 euros

Que el archivo de Luis Gasca (San Sebastián, 1933), estudioso de la cultura popular y muy en especial de la historieta durante décadas, es una inagotable fuente documental es algo que todos sabemos (ahí están algunos de sus libros en compañía de Román Gubern para confirmarlo). Y en esta ocasión es Asier Mensuro (Irún, 1971) el que ha buceado en él para ofrecernos un amplio repertorio iconográfico, que aspira en buena lógica a ser ilustrativo y no exhaustivo (lo que requeriría de docenas de volúmenes), y el correspondiente estudio acerca de las huellas de la pintura en el denominado noveno arte.



Descartando otras vías de análisis más exploradas, como el rastro del cómic en la pintura desde su mismo nacimiento hasta hoy o los posibles precedentes de algunas de las características de este singular medio narrativo en el arte, Mensuro ha optado por examinar la tarea de apropiación que la historieta ha llevado a cabo, desde sus orígenes, de parte de la cuantiosa imaginería pictórica.



El "expolio", según el investigador, ha obedecido a diversas razones, desde la meramente documental, que le servía al autor de cómics para recrear una época a partir de unas estéticas presentes en nuestro imaginario, hasta la mera cita, explícita o sutil, de algunas obras, un fenómeno creciente este último a tenor de lo dada que ha sido a su práctica la posmodernidad.



No es sorprendente que este tráfico haya sido siempre permanente, en parte también porque algunos de los pioneros del lenguaje del cómic fueron artistas, y varios de ellos, como Lyonel Feininger, grandes artistas. Como no lo es, y de esto los humoristas y los ilustradores saben posiblemente más que los historietistas, que algunas de esas obras pictóricas, por la carga simbólica que les confiere el gran conocimiento que de ellas tienen los lectores, se prestan a las mil maravillas a una manipulación que les otorgue un nuevo significado (La Mona Lisa de Leonardo, Los fusilamientos del 3 de mayo o el Duelo a Garrotazos de Goya, La rendición de Breda de Velázquez, las pinturas de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, La libertad guiando al pueblo de Delacroix, La balsa de la Medusa de Gericault, Noctámbulos de Hopper, el Guernica de Picasso... y tantas otras).



Ahora bien, el repaso de esta obra demostraría, aunque no sea tal la intención de Mensuro, que la susodicha cita ha sido en ocasiones totalmente gratuita, y a veces hasta acomplejada (en la medida en que algunos creadores de cómic parecieran recurrir a ella para dotar a su propuesta con unos visos de mayor artisticidad), y solo en las menos estaba justificada por añadir una sobrelectura a lo puramente estético.



Lo que sí pone en evidencia este libro, estructurado por períodos estilísticos con un claro afán didáctico, es que los historietistas se han fijado más en aquellos pintores que eran grandes dibujantes (hubo un tiempo, el de la historieta más clásica, en que los creadores del Cinquecento eran los que apuntalaban el canon; hablo de cuando a Burne Hogarth, por ejemplo, se le llamaba "el Miguel Ángel del cómic") que en los que eran grandes coloristas (para lo que tuvimos que esperar a los cambios de parámetros que se produjeron con la crisis del proyecto moderno).



Y lo que también señala esta obra, y a mí me parece lo más sustantivo, es el hecho de que son contadísimos los autores de cómic que han sabido integrar esas referencias en su trabajo de una forma profunda y orgánica hasta hacerlas prácticamente invisibles, que es a la postre la manera más enriquecedora de relacionarse entre medios con algunas afinidades.



Solo mencionar, por último, que Mensuro no ha querido dejar de mencionar la cada vez mayor presencia en el mercado de cómics que se aproximan a la vida de artistas, hoy todo un subgénero, en muchos de los cuales, salvo ciertos progresos estéticos, no hemos mejorado demasiado con respecto a aquellos cuadernos en los que se trivializaban ya estos asuntos en el siglo pasado (recordemos las "Vidas ilustres" de la editorial mexicana Novaro como una de las más paradigmáticas).



En ese sentido da mucho que pensar la lectura de esta obra, empezando por el hecho de si la relación entre la pintura y el cómic ha sido realmente una relación "inter pares".