Muro de Berlín desnudo. Juan Garaizabal, 2014. Obra que forma parte de la exposición en el Centro Conde Duque para celebrar el XXV aniversario de El Mundo

Varios traductores. Siruela, 2014. 391 páginas. 24'95 euros

"El muro es un tópico, lo sé, pero es un tópico de piedra" afirma un veinticinco años más joven Cees Nooteboom en marzo de 1989 frente al histórico muro que separaba entonces la RDA de la RFA. El muro era, en cierto modo, "la tiranía del que espera". Parece que el destino eterno de ciertas ciudades y en ciertos momentos de la Historia es el de cumplir con la obligación de ofrecer al viajero la imagen que tienen de ellas, y tal parece haber sido el del Berlín de 1989. Nooteboom (La Haya, 1933) se convierte por accidente en un privilegiado observador de la caída del muro: residente pero extranjero, parte del paisaje local pero sin perder en ningún momento la conciencia de su procedencia, Nooteboom observa sin ser observado el flujo histórico de la caída. "¿Cómo ve un pez el río por el que nada? No puede salir fuera del agua para poner su situación en perspectiva". El esperado abrazo definitivo de los hermanos separados no se produce, o se produce a destiempo, en medio de un clima de desconcierto y cambios constantes. La catarsis esperada no tiene lugar.



Claro, la realidad no funciona así, y ante la mirada de Nooteboom, como ocurre siempre, se abre en toda su complejidad el despliegue de los familiares, las bienvenidas sinceras, los atropellos al cambio, las eternas discusiones políticas inconducentes y necesarias a la vez. En un momento emocionante del texto, casi aturdido por la intensidad política de la ciudad, Cees Nooteboom relata un hermoso episodio. Visita el viejo zoológico del antiguo Berlín Este porque "ya he visto a demasiada gente esta semana, ahora quiero ver animales". Y justo en aquella escena que podría parecer la menos política de todas, se tiene, gracias a la maestría de Nooteboom, un atisbo de la verdadera sensación diurna, desolada y desconcertante de toda una ciudad en fuga. "La entrada cuesta un marco y soy prácticamente el único visitante, voy con cuidado por los senderos de nieve helada y escucho los cantos breves y penetrantes de los cuervos. Noto cómo mi mente se libera de la tiranía de la historia, saludo a izquierda y a derecha a los flamencos en sus invernaderos empañados, a los osos siberianos que fingen que es verano".



Quien conozca otros textos viajeros de Nooteboom conocerá de sobra esa mezcla exquisita entre cultura clásica, reflexión e inmovilidad. La marca de la casa Nooteboom es, como siempre, una condición inmóvil, como la luz holandesa, y leer sus libros se parece más a asistir al flujo constante del pensamiento ajeno que a un verdadero viaje físico. El beso de Mijaíl Gorbachov y Erich Honecker parece, relatado por Nooteboom, un cuadro de Van der Weiden y el pasillo de la muerte, una vez caído el muro, se convierte en un melancólico paseo diurno y lúcido. Se ha comentado en alguna ocasión que Nooteboom se ha apoderado de Berlín tal y como Jean Morris lo ha hecho de Venecia, Edmund White de París o Claudio Magris del Danubio. En esta recopilación imprescindible de sus textos se puede decir que se encuentran también las claves para entender esa fascinación privada que acabó atando a uno de los mejores escritores contemporáneos holandeses al no siempre benéfico ni acogedor paisaje berlinés.



La atracción que Nooteboom siente por la ciudad no deja de ser en ningún momento una atracción fascinada e inexplicable. De la misma manera que uno no siempre puede dar cuenta de las razones por las que se ha acabado enamorándose de alguien sino sencillamente constatar el enamoramiento en cuestión, Nooteboom describe los límites de su inevitable atracción por la ciudad de Berlín. Una historia de amor que le acompaña también como un viaje en el tiempo y que llega hasta la época de Merkel y nuestros días no muy lucidos de la crisis, con una conclusión que podría haber sido oscura y que finalmente, a la hora de hacer cuentas con toda seriedad, está lejos de serlo. El ya viejo escritor se planta frente a Alemania y afirma: "¡Yo no creo en nada! Soy un optimista".