Blas de Lezo

Actas. Madrid, 2014. 380 páginas, 29,90 euros

La protesta del Ayuntamiento de Barcelona con motivo de la inauguración en Madrid de una estatua en homenaje a Blas de Lezo ha puesto de actualidad a un personaje que fue sin duda uno de los grandes héroes de la historia de España. Dejando a un lado la mezquindad y estrechez de miras del nacionalismo catalán, es evidente que cualquier país normal -aunque dudo que España lo sea- ha de exaltar la memoria de los personajes que contribuyeron a su historia, algo que hacen muy bien nuestros vecinos franceses o ingleses, que mantienen viva en sus calles y monumentos la huella de una historia que, a diferencia de nosotros, han sabido asumir en su totalidad.



Blas de Lezo (1689- 1741) fue un destacado marino guipuzcoano que participó en numerosos combates, en los que sufrió importantes heridas que le convirtieron en ese "Mediohombre" al que se refieren los documentos. Todas las recibió en acciones navales de la guerra de Sucesión, en la que, dada su juventud, no tuvo mandos de importancia, por lo que tiene escaso sentido responsabilizarle del asedio a Barcelona en 1714. Al concluir dicha guerra, con solo 25 años, había perdido la pierna y el ojo izquierdos, así como la movilidad del brazo derecho, esta última precisamente en la acción contra Barcelona. Su carrera continuó en los años siguientes, entre América, Cádiz y el Mediterráneo, donde intervino en hechos de armas como la reconquista de Orán por el conde de Montemar, en 1732, o la defensa de dicha ciudad al año siguiente. Su gran hazaña tendría lugar años después en América, siendo ya teniente general de la Armada, en la victoriosa defensa de Cartagena de Indias del formidable ataque de la escuadra inglesa del almirante Vernon (1741), aunque parece exagerada la afirmación de la solapa de que fue "la mayor flota vista hasta el desembarco de Normandía".



Es precisamente a dicha defensa a la que se dedica el libro que nos ocupa, que es sobre todo el estudio de un apasionado partidario del protagonista, en el que faltan algunos de los elementos imprescindibles en un acercamiento historiográfico, tales como el planteamiento analítico -no meramente descriptivo-, la correcta inserción y explicación de los hechos que se estudian dentro de una más amplia panorámica de conjunto, el alejamiento afectivo de los personajes y los hechos que se narran, o la huida de todo maniqueísmo. En lugar de ello, el texto tiene mucho de exaltación al patriotismo, de identificación de los valores con el protagonista y sus hombres, frente al miedo, la cobardía y otros contravalores que se adjudican en exclusiva a los británicos.



La descripción pormenorizada del ataque naval inglés y la defensa de la ciudad constituye el centro y el objetivo principal del libro, precedido por unos débiles capítulos introductorios y seguido por unos anexos entre los que destacan por su interés los dedicados a la armada, la fortificación, la artillería, o el glosario de términos relacionados con ellas, que demuestran la condición de militar de carrera del autor. Por cierto, en el planteamiento de las causas de la guerra de la Oreja de Jenkins, en la que se enmarca el ataque de Vernon, señala que Gran Bretaña deseaba "hacerse con su trozo del pastel [en América] al no haber ganado el contendiente al que apoyó en la Guerra de Sucesión" (p. 79). Ambiciones británicas aparte, la derrota de su candidato al trono español es discutible, pues aunque no consiguiera convertirse en el heredero de Carlos II, fue el gran triunfador de la guerra internacional, al hacerse con buena parte de los territorios europeos vinculados hasta entonces a España. En cuanto a Inglaterra, la suerte del archiduque Carlos le importaba muy poco y fue ella quien decidió poner fin a la guerra, una vez conseguidos sus objetivos en el comercio americano.