Pepitas de Calabaza. Logroño, 2014. 505 páginas, 30 euros

Hace unos años, los esforzados editores de Pepitas de Calabaza se propusieron rescatar la obra de Rafael Azcona (1926-2008) publicada en La Codorniz entre 1952 y 1958. Este segundo volumen -el tercero contendrá la obra gráfica- recoge los trabajos aparecidos entre 1956 y 1958. Todo este material ayudará a conocer mejor la producción de un autor indebidamente desatendido -con alguna notable excepción, representada por el estudio de J. A. Ríos Carratalá La obra literaria de Rafael Azcona (2010)- y a calibrar su interés, con frecuencia demasiado circunscrito a sus guiones cinematográficos, muchos de cuyos motivos, por otra parte, muestran numerosas analogías con los artículos y la obra narrativa en prosa del escritor.



Si se ha repetido con frecuencia que La Codorniz fue un soplo de aire fresco en la España aún asfixiada de los años cincuenta, no estará de más subrayar que Azcona contribuyó en buena medida a ello. Esta compilación de más de doscientos setenta artículos encierra, entre bromas y veras y bajo un título -el de uno de los trabajos- congruente con el humor absurdo de la revista, una áspera visión de la realidad española circundante. Repasar sus páginas es acompañar una mirada crítica sobre lugares, costumbres, diferencias sociales, comportamientos autoritarios, aspiraciones incumplidas, vida precaria e insuficiencias de todo tipo cuya simple enumeración desbordaría los límites de este comentario.



El lector que no haya vivido plenamente aquellos años verá aquí denostadas las pésimas y peligrosas carreteras (p. 132), la escasez de agua y luz, siempre pendientes de cortes y averías (p. 18), las tarifas de taxi (p.53), los socavones del asfalto (p. 27), el tráfico sin control (p. 44), las demoras y cruces telefónicos (pp. 17, 29, 62-64, etc.), las diferencias generacionales (como en los diversos artículos titulados "Nuestro perverso abuelo"), el cine español más conformista, el maltrato del servicio doméstico ("Consejos a las chicas de servir"), las consultas médicas apresuradas ("Campeonato de médicos"), las triquiñuelas de los propietarios por librarse de los inquilinos de renta antigua (p. 384), el recelo ante la obsesión creciente por las estadísticas (p. 296), la burocracia empecinada y absurda ("Cuerpo Oficial de Enfermos", "Demente novel", "Vida burocrática") los mitos en torno a París (p. 245 y artículo "carta de París").



El tema de los pobres -y el de la caridad-, que luego reaparecerá en el guión de Plácido, brota a menudo y con distintos matices, en artículos como los dos dedicados a "Gente absurda" o en "Pobre pobre", "Más sobre los pobres", "¿Pueden utilizarse los pobres para el bien común?" o "Defensa de la mendicidad", así como en diversas cartas y admoniciones dirigidas "a un pariente pobre". Textos como "Muertería" rozan el humor negro tan característico de Azcona.



Por otra parte, abundan las muestras del escritor imaginativo que hallamos en los relatos del autor. Léase el "Cuento de misterio", apoyado en sostenidos equívocos. O bien "Puesta de largo", donde se establece un ingenioso paralelismo entre personas y caballos -utilizado también en "Recital poético" y, sobre todo, en "Académico", con su vitriólica crítica de las elecciones- que, como procedimiento narrativo, parece anunciar la prolongada alegoría con aves que compondrá años más tarde Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio para relatar el cóctel subsiguiente a la conferencia del filósofo. He aquí, pues, una ocasión excelente para examinar los recovecos literarios de Rafael Azcona.

El arte de conversar

"UNA de las cosas que más le aburren al español es estar de acuerdo con el prójimo. Por eso ha sido capaz de crear eso que se llama entre nosotros "la tertulia" y que consiste en que unos cuantos señores se pasen la tarde discutiendo de cosas que no les importan: el caso es discutir. [...] Hay que oponerse siempre, apoyándose en eso de que la discusión trae la luz. Discutir, discutirlo todo. Y si es a gritos, mejor. He aquí el arte de la conversación: he ahí el bonito proseguir hablando como papagayos, incluso fuera de las horas de oficina". (1-7-1956)