Perico Vidal, en el rodaje de La hija de Ryan

Libros del Asteroide, 2014. 288 pp., 18'95 e. Ebook: 9'99 e.

He aquí un libro letal, una mágica elegía, un viaje al corazón de la fábrica de los sueños (cuando lo era) narrado en semejante estado de gracia que uno no sale de su lectura indemne sino corroído por la nostalgia de lo que jamás vivirá. De un tiempo irrepetible. Y no hay tópico, porque Sinatra ya no regresará al hotel Felipe II de El Escorial a lanzar beodo sillas contra un cuadro de Franco; ni Ava Gardner volverá a subirse a una mesa en un tablao flamenco de madrugada, levantarse las faldas y aliviarse allí mismo ante el gitano respetable sin incurrir en grosería, porque "hasta meando sobre una mesa tenía clase"; ni Orson Welles se ausentará durante semanas del rodaje de una película para perderse bien acompañado en la larga noche madrileña; ni David Lean entrevistará a Julie Christie en toda su gloria -Dios mío, Julie Christie- para el papel de Lara en Doctor Zhivago en un restaurante cercano a la Castellana; ni habrá ya otro español que trate al star-system clásico de Hollywood con la naturalidad con que Perico Vidal, asistente de director, trató a Robert Mitchum, Marlon Brando, Peter O'Toole o Dean Martin.



La increíble leyenda de Perico Vidal se va construyendo ante nuestros ojos gracias a las sesiones de grabación que un comprensiblemente fascinado Marcos Ordóñez mantuvo con el protagonista en sus últimos años de vida (murió en 2010), tras preparar sabiamente al hablador para la fastuosa apertura de su memoria. Que Pedro Vidal -quizá junto a Gil Parrondo el español más hollywoodiense de siempre- resultase aproximadamente desconocido más allá de los márgenes de la industria puede explicarlo ese desdén por la autopromoción que suele apoderarse de quienes han tocado la verdadera gloria con las manos. Por el ático de Príncipe de Vergara, rebautizado como "Hostal Vidal", pasó a pillar su curda diaria o a dormirla lo más granado del cine y del jazz internacional, configurando una España paralela a la grisura del franquismo cuyos gerifaltes, por lo demás, tampoco parecían demasiado interesados en reprimir aquellas juergas inacabables. Lo importante es que Ordóñez se dio cuenta a tiempo y recabó el testimonio más impagable sobre la etapa "española" del cine americano, aquellos sesenta en que las grandes superproducciones se rodaban en España por su paisaje, su mano de obra y el competitivo cambio dólar-peseta. Los años que hicieron exclamar a Ava, avecindada en La Moraleja: "In Madrid, if you know the city well, the night never ends".



La habilidad de Ordóñez consiste en desaparecer detrás de la voz del gran Vidal, aunque sospechamos el trabajo de edición, unidad interna, estructura, ritmo, tono y estilización sintáctica que sostiene el efecto de encantadora oralidad recibido por el lector. Esa voz sin impostura ni jactancia, divertida en el recuerdo y emocionada cuando irrumpe el drama constituye el mayor logro del libro. El método es el mismo que empleó Chaves Nogales con Belmonte, quien también fue amigo de Perico Vidal. ¿Y quién no? ¿Marilyn? Durante una pausa en el rodaje de Con faldas y a lo loco le dio su teléfono a Perico para que la llamara. ¿JFK? Almorzó con Perico y con Sinatra durante un par de horas en San Francisco; dos horas que a Perico, que prefería salir de farra por Las Vegas con los miembros del Rat Pack, se le hicieron aburridísimas. Y así todo. Parecería un chiste si no fuera porque Vidal estaba de veras allí; y no como un mitómano, sino como el íntimo confidente de las estrellas. Una delicia que duele haberse perdido.