Ignacio Gómez de Liaño

Siruela. Madrid, 2015. 200 páginas, 13'95€

El lector que decida adentrarse en las provocativas páginas de esta obra, debida a Ignacio Gómez de Liaño (Madrid, 1946), uno de nuestros filósofos más notables, se verá inmerso de la mano del autor, que oficia de cicerone, en un viaje al centro de un Madrid poblado por "teriopos" o "caras de fiera", unos extraños seres resultantes de una cruel metamorfosis de los habitantes "normales" de esa ciudad, elevada a metáfora del mundo. De un mundo, el de nuestro fin de siglo y de milenio, convertido en una Teriopia que se ofrece como un "horrible laberinto de alimañas y animalidades".



El lector de esta obra poco común, a pesar de lo ilustre del género literario al que pertenece, la sátira, tardará realmente muy poco tiempo en darse cuenta de lo que su anfitrión espera de él: la identificación de teriopos o "humanialimañas" que van saliéndole al encuentro, cuyos picos de pájaro, fauces de felino, rostros de artrópodos o cefalópodos, testas hocicudas, puntiagudas o triangulares como las verdosas de las serpientes ocultan en realidad caras humanas, incluso demasiado humanas.



Entre los placeres nada inocentes que el viaje procura al lector figura, claro es, precisamente esa identificación. Que algunos no dejarán de encontrar, por cierto, demasiado fácil, sobre todo en el caso de no pocos de los personaje concretos que desfilan por las páginas del libro, entre otros muchos, y a título simplemente de ejemplo, Sus Altanerías Ji y Gru, de pescuezos de jirafa y de grulla, respectivamente. O Fisgón de Marías, uno de nuestros "novielistas" más celebrados. O el morabito Hwang Godoisolo. O don Ecuatoriano Rey, director de "El Analfabeto Real", gracias a cuyos desvelos los más ilustres miembros de la Real Academia de la Glotis, a los que suele ofrecer la plana más representativa de su periódico, se identifican con su entrega al Trono y al Altar.



O el señor Arriba de la Cebra, a quien para que guíe cómodamente su rebaño desde las editoriales de "La Parroquia" le ha sido llevada al cine su novela El filete ruso y su persona a la citada Academia. O los filósofos Remendón y Altuiserio. O, en fin, el cineasta Almadebar, la fórmula gastada de cuyos refritos nuestro cicerone, doblado de justiciero, disecciona cruelmente.



Pero no son solo algunos teriopos individuales particularmente representativos los que se cruza en el animado camino del lector. En el marco de "cretinismo" general a cuyo implacable despliegue asiste, se hacen notar también rebaños y jaurías de tales monstruos. Por ejemplo, loa formados por los "plumillas", que "viven del cuento y de las cuentas que hacen para saber quién manda más, quien manda menos, quien va a mandar, quien ha dejado de mandar". O también los de los "buenos de profesión", esto es, los que han hecho "de la bondad, la solidaridad y otros rótulos semejantes una profesión perfectamente remunerada", así como los de los políticos, los jueces, los financieros, los sindicalistas, los críticos y galeristas, que comercian con el arte de vanguardia, que ha conseguido "el mayor milagro al que pueden aspirar las artes financieras: hacer de la nada, del cero, una magnitud infinita".



En el último y largo tramo de este singularísimo viaje, nuestro cicerone nos obsequia, al modo de balance, con un retrato implacable de los protagonistas del fin de siglo y su mentira politica e ideológica, que eleva a sustancia de la Transición. Se diría, con todo, que en su retrato de tan singular zoo el autor recurre demasiado al trazo grueso. O prescinde de sutilezas de mayor calado retórico en algunos de sus pasos centrales.



Por otra parte, es bien sabido que cuando la crítica pretende ser total, se debilita. Como se debilita cuando los principios y criterios que la guían y que hubieron podido permitirle, por ejemplo, profundizar algo más en la pregunta sobre "los responsables de los grandes males que abruman el mundo en este final de siglo y de milenio", si es que los hay, no quedan suficientemente claros. Aunque tal vez esta tarea quede aquí reservada al lector. Total, todo ha resultado ser un sueño, aunque para nuestro cicerone se trate del sueño de la verdad.



Va de suyo que no nos encontramos ante una mera sucesión de malicias más o menos -más bien menos- fundamentadas, que si a algo aspiran realmente es a "vender", sino ante un sostenido y eficaz ejercicio de verdadero ingenio, que entronca con el espíritu mordaz de buena parte de nuestra más idiosincrásica tradición literaria.