Raymond Carr y John Elliott son dos grandes referentes de la nueva generación de hispanistas

Fundación Antonio Martín Escudero y Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2015. 654 páginas, 26€

Es posible que la no siempre beneficiosa figura del hispanista se acuñase al abrigo de una visión romántica de España que puso el acento en la distancia que, a comienzos del siglo XIX, tenía nuestro país con la civilizada Europa. Los viajes de Gautier y Quinet, o la creación por Merimée del personaje de Carmen, consolidaron la imagen de una España atrasada y aislada, y de unos españoles indolentes, aunque de costumbres morigeradas que les permitían despreciar los afanes capitalistas de otros europeos. Un país, en definitiva, que podía satisfacer la "pasión oriental y el gusto malsano" de un Maurice Barrès.



Joaquín Álvarez Barrientos, que preparó hace unos años la edición de un libro extraordinariamente parecido a éste, aunque con diferentes colaboradores, señaló que el término hispanista fue acuñado hacia 1879 por Alfred Morel-Fatio, cuando realizaba su catálogo de manuscritos españoles en la Biblioteca Nacional de París. También nos ha contado Álvarez Barrientos que el término "hispanista" terminaría por aparecer en el diccionario de la Real Academia en 1936, con el significado de "afición al estudio de la lengua y la literatura españolas y de las cosas de España".



Para entonces ya existía también una fuerte corriente de hispanistas norteamericanos que se remontan a las obras de George Ticknor (History of Spanish literature, 1849) y William H. Prescott (History of the reign of Ferdinand and Isabella, 1837) que siguió las clases de Ticknor en Harvard y se interesó por España en la obra de Blanco White. También formó parte de esa primera ola de hispanistas el poeta Henry W. Longfellow, que publicó una traducción de las coplas de Jorge Manrique y el poema Torquemada.



Ivan Jaksic, en una obra sobre estos primeros hispanistas americanos ya reseñada en estas páginas, ha seguido la pista sugerida por Richard Kagan que, en lo que denominó el "paradigma de Prescott", presentaba a España como la antítesis de los Estados Unidos, en donde predominaba el anticatolicismo, la crítica del absolutismo, y el apoyo a la libertad individual y de comercio.



En cualquier caso, la planta del hispanismo USA ha crecido robusta y, en el libro que nos ocupa, se trata de responder a la pregunta que John Elliott se hiciera al reflexionar sobre su trayectoria de historiador. Anna Caballé y Randolph Pope nos ofrecen ahora la reflexión de veintiún hispanistas norteamericanos, volcados preferentemente hacia al mundo de los estudios literarios y que, en líneas generales, representan a una generación relativamente joven entre quienes se interesan por los asuntos españoles.



Las características de este tipo de libros, junto con las limitaciones de espacio impuestas al reseñista, impiden una mención pormenorizada de contenidos tan variados, pero no de dejar constancia de sus nombres: Frederick de Armas, William R. Blue, Anthoy J. Cascardi, Lou Charnon-Deutsch, Edward H. Friedman, Michael Gerli, David T. Gies, Margaret R. Greer, Patricia E. Grieve, Patricia Hart, David K. Herzberger, Steven Hutchinson, Roberta Lee Johnson, Susan Kirkpatrick, Linda Gould Levine, Lily Litvak, Geraldine Cleary Nichols, el propio Randolph D. Pope, Joan ramón Resina, Harriet Turner y Nöel Valis. Por estricto orden alfabético, por decisión de los autores de la edición.



Se trata de hacer lo que Pierre Nora llamó "ego-historia" en 1987 y, desde luego, el resultado es apasionante y absorbente en su misma diversidad. Y una fuente inagotable de sugerencias para quienes se interesen en la historia intelectual de esta disciplina. ¡Lástima, en ese sentido, la completa ausencia de índices y notas, imprescindibles para este tipo de tareas!



En todo caso, para prevenir cualquier tipo de vanagloria que pudiera amenazar a esta nueva hornada de hispanistas queden las advertencias que, en su momento, le hicieran dos de sus figuras más destacadas, como son Raymond Carr y el mismo John Elliott. "Odio la palabra hispanista -dijo el primero en el 2001-, como si un historiador de España tuviera que tener dotes espirituales para estudiarla", mientras que Elliott ya había advertido años antes de los peligros del "excepcionalismo" en el estudio de los asuntos españoles. Advertencias que tal vez nos ayuden a librarnos de los estereotipos que empañan muchas veces el conocimiento de nuestro pasado.