Foto: Fratisek Drtikol
En los bajos de una cafetería de Greenwich Village se estrenaba en 1996 Los monólogos de la vagina, una obra de teatro que desde entonces ha dado la vuelta al mundo y se ha traducido a medio centenar de idiomas. Su entonces casi desconocida autora, Eve Ensler, una neoyorquina de 1953, saltó a la fama con una audaz mezcla de talento, activismo social y el reventón de una autobiografía escalofriante.Desde la fama, una chica de familia judía, abusada sexual y psicológicamente por su padre, ha sabido convertirse en una respetada referencia intelectual y ética. Ha creado V-Day, un movimiento global destinado a proteger a las mujeres de la violencia, ha puesto en pie One Billion Rising, una fundación también destinada a la protección de mujeres maltratadas, y se ha trasladado a la República Democrática del Congo (RDC) para montar City of Joy, una organización en defensa de los miles de mujeres y niñas violadas o machacadas en un país de guerras infinitas desde los tiempos del rey Leopoldo de Bélgica.
Activismo ético, dinero o reputación, no son barrera contra el cáncer. En 2010, mientras trabaja en la RDC salta la enfermedad: un cáncer de útero, un tumor enorme alojado en su cuerpo, un cuerpo que no quiere saber nada de su hijo adoptivo, de su prestigio como dramaturga o de su activismo ético. Traslado inmediato a Estados Unidos, cirugía y en siete meses todo el protocolo inherente al cáncer. En 2013 sale la edición inglesa, cuya traducción tenemos ahora, del relato de la enfermedad de Eve Ensler. Un texto marca de la casa: duro, veraz e incluso despiadado. Un libro enjaretado en capítulos denominados "escanogramas" en recuerdo de la tecnología que desveló su tumor. Una serie de "tomas" en las que el lector presencia el recuerdo de su vida íntima y la lucha conmovedora de su cuerpo contra sí mismo.
Más analítico, menos en tromba, incluso mejor escrito es el oncotexto de Raquel Taranilla recién salido a librerías. Nacida en Barcelona en 1982, licenciada en Derecho y doctora en Filología Hispánica, enseña actualmente en la Universidad Hamad bin Khalifa en Doha (Qatar). Mi cuerpo también está montado sobre ochenta y cuatro fogonazos a modo de secuencias cinematográficas, más introducción y epílogo, en los que la autora da cuenta de su enfermedad, de su familia, de la transformación de su cuerpo y de un sistema sanitario que comete errores capaces de matarla pero también de curarla.
En la Barcelona de 2008 una chica que viene de una saga de mujeres fuertes que han vivido en el campo está escribiendo su tesis doctoral. Sus padres están divorciados y ella se ha independizado. De vez en cuando se tira a un tío como también hacía, sobre mesas de billar, Eve Ensler en su juventud. Para eso es joven, sofisticada, va en moto y echa de menos a un novio que se ha largado a Israel.
El coito que marca el arranque del libro, "sexo vaginal poco sofisticado", con un hombre rubio que a pesar de su escasa sofisticación es capaz de tranquilizarla con la yema de los dedos recorriendo su cuerpo, es también el inicio de una enfermedad que los médicos a los que acude en Barcelona no saben leer. Ya entonces Taranilla tiene un cuerpo que la ha traicionado y que está produciendo células tumorales que pueden matarla. Pasa tiempo y tiempo hasta que aparece el linfoma linfoblástico-B intramedular entre la cuarta y la sexta vértebra. Ahí comienza el verdadero protocolo de curación: cirugía, seis meses de quimioterapia, transplante de médula, fisioterapia y la penosa recuperación. Raquel Taranilla relata el trayecto de su enfermedad con un descaro que subyuga al lector. Su cuerpo arrasado, su inutilidad, su larga relación con el complejo sistema sanitario, su familia, sus amigos, sus gustos o sus alivios, todo queda despanzurrado.
Sobre ambos relatos planean sombras comunes. Susan Sontag y el retrato de su cáncer en La enfermedad como metáfora es inevitable, pero los dos libros se engarzan en la visión de una enfermedad que todavía no ha sido vencida.