Kiko Amat. Foto: Marta Pérez
‘Chap Chap' es una canción de La Granja enérgica y terrible: "prefiero ser siempre un niño a verme crecer", dice su estribillo, una declaración sonriente y en pantalón corto que acaba conduciendo a parajes tan terroríficos como "mejor si me entierro yo mismo y me muero de sed" o "me pongo a dar puntapiés / y salgo corriendo buscando sus bocas de pez". Chap Chap se titula el nuevo libro de Kiko Amat (Sant Boi, 1971) novelista y periodista de estilo caracterizado por el uso indiscriminado de la primera persona; la conciencia de clase, que se refleja en el discurso pero también en la construcción de una tradición propia y desacomplejada; un humor entre anglo e hiperbólico, no particularmente sutil pero demoledor; y un estilo consecuente, atiborrado de licencias, desde anglicismos a catalanismos pasando por parodias de parque municipal ("folgar con muller" es definitivamente humor de botellón). En definitiva, un talento vivo, sin tics académicos, que dispara en muchas direcciones sin perder nunca la coherencia: si el estilo es el hombre, este hombre nunca olvida sus raíces, que no están en la alta cultura sino en la épica suburbial.Chap Chap, libro brillantísimo, lleva el subtítulo exacto de "Antología confesional": en principio, se trata de una recopilación de crónicas, artículos y reseñas publicados entre 1987 y 2014 (el autor lo mismo publica en La Vanguardia que en el fanzine de unos amigos); pero muy pronto, uno descubre que el tema básico del libro es la construcción de un personaje: Kiko Amat. Y que ese personaje es verdadero aunque su construcción responda a estrategias literarias nada ingenuas. Aquí Amat se estiliza y se confiesa simultáneamente, y si Oscar Wilde escribió que la crítica es la única forma de válida de autobiografía, Amat extiende esa opinión a una categoría más amplia que la de Crítica: Cualquier Texto que Alguien Me Publique.
En esos textos se levanta una columna sonora pop prácticamente inagotable (Amat escribe muy bien de música), se teoriza en torno a cine malo/bueno, se le toma el pulso al pijerío patrio apretando tanto que la sangre deja de correr, se hace una defensa incandescente del consumo de alcohol como juergocracia, se incluyen algunos prólogos magníficos (¡qué lástima que no se incluya el que escribió para El cantante de gospel, de Harry Crews, uno de sus maestros en la fiereza sentimental!)… Todo esto, y mucho más, a lo largo de casi quinientas páginas espídicas, sí, pero enjundiosas y bien cargadas. A veces, Chap Chap es el reverso obrero de otro gran libro de la temporada, el Pompa y circunstancia de Ignacio Peyró: anglófilo frente a anglófilo, barrios contrastados. Otras veces son citados Julio Camba y Jardiel, y uno piensa entonces que: 1. Más que moderno, el periodismo de Amat podría ser anterior a las Facultades que explican cómo escribirlo, y eso también es autobiografía, y 2. Las ilustraciones de Luis Paadín juegan a pasar La Codorniz por el underground ochentero. Los momentos más gloriosos del libro son aquellos en los que el autor hace lo que una Antología no debería hacer nunca: exhibir sus peores artículos, sus diatribas más arbitrarias, las piezas que más lo avergüenzan. Y es cierto que algunas son sonrojantes por distintas razones (¿crítica de concierto a los que no se asistió? Done!), pero en ninguna desaparece la gracia de Amat, que lo sabe.
Como periodista, Amat escribe desafiando cada género y haciendo lo que le da la gana. Se levanta así un libro de extrarradio del que aprender mucho (aquí hay playlist para una década), tierno y enrabietado, directamente relacionado con esa Hambre de realidad (Editorial Círculo de Tiza, 2015) que David Shields considera marca del siglo XXI.