Julio Camba

Fórcola. Madrid, 2015. 168 páginas, 18'50€

No es fácil topar con un gallego que se las dé de no serlo, que considere circunstancial su advenimiento en tan bella tierra, que renuncie a toda enraizamiento y que, sin embargo... sea gallego hasta los tuétanos. Julio Camba (1884-1962) se ufanaba precisamente de ser gallego cuando viajaba por el mundo y al mismo tiempo sólo un madrileño que miraba a Galicia. En este delicioso puñado de artículos sobre la patria tan querida como desafecta, el periodista recoge con sutileza estilística -y profundidad poética- la grandeza de aquel que no está dispuesto a pertenecer a costa de dejar de ser.



Hallamos en estas páginas una mirada, que diría el propio Camba,"bucólica bicarbonatada". Desfilan los temas del regionalismo, el clima, el turismo, la nacionalidad verdadera, los pazos, la Costa de la Muerte o el idioma, con originalidad trepidante y palabras justas. Y la memoria. Camba recuerda su niñez tardía cuando se echaba sus primeros pitillos al coleto y anduvo a punto de acabar de cura de aldea. Hasta que un día se plantó ante sus padres: "Mis ideas no me permiten ser cura". Y, como aquí concede, tal vez se equivocó. No por sus capacidades eclesiásticas. Qué va. Por el vino. Ese sabroso caldo hecho exprofeso para el párroco. ¡Gaudeamus!