Torcuato Fernández Miranda saluda a Don Juan Carlos en 1973

Plaza & Janés. Barcelona, 2015. 384 páginas, 18'90€

Durante doce meses, los cruciales meses trascurridos entre la muerte de Franco y la aprobación de la Ley para la Reforma Política, que dio inicio al desmantelamiento de su régimen, Torcuato Fernández-Miranda (1915-1980) jugó un papel clave en la historia de España. En El guionista de la transición su sobrino nieto, el periodista Juan Fernández-Miranda, ofrece su primera biografía completa en un libro claro y de fácil lectura, levemente novelado en la forma pero no en su bien documentado contenido. Los interesados en nuestra historia reciente harán bien en leerlo, aunque no contenga grandes revelaciones. Éstas aparecieron en 1995 en Lo que el Rey me ha pedido, un libro de Pilar y Alfonso Fernández-Miranda donde se vertieron por primera vez las jugosas anotaciones del propio Torcuato.



Torcuato Fernández-Miranda encaja en un perfil de político franquista. Procedente de una familia acomodada de derechas, tempranamente horrorizado por los excesos revolucionarios, combatiente en la Guerra Civil, catedrático de Derecho Político a los 30 años, padre de ocho hijos, tuvo una larga carrera política que en 1969 le llevó a ser ministro del Movimiento. Pero quizá el momento decisivo en su vida llegó cuando en 1960 Franco le designa profesor privado del príncipe Juan Carlos, 20 años más joven que él. Se estableció entonces una sólida relación que perduraría. Convencido de que la monarquía habría de optar por un sistema político similar a las de las democracias occidentales, pero enemigo de toda ruptura, Fernández-Miranda fue un consejero indispensable para don Juan Carlos.



En la semblanza que Juan Fernández-Miranda hace de su tío abuelo aparecen como rasgos fundamentales su inteligencia, su rectitud, su talento para la maniobra política en la sombra, su lealtad al rey y su disposición a sacrificar su ambición política personal a fines más elevados, como ocurrió en noviembre de 1975 cuando renunció a la posibilidad de que el rey le nombrara jefe de Gobierno por creer que como presidente de las Cortes y del Consejo del Reino podría ser más útil para impulsar la democratización, como en efecto ocurrió. Todo ello puede ser cierto, pero en mi opinión algún toque de claroscuro habría dado más vigor al libro. La frase de la que proviene su título, según la cual el empresario de la transición habría sido el rey, el guionista Torcuato y el actor Adolfo Suárez ofrece un ejemplo de ello, pues Juan Fernández-Miranda no dice que quien la solía decir en privado era el propio Torcuato, lo que implicaba una devaluación de la presidencia. Fue Fernández-Miranda quien logró llevar a Suárez a la presidencia y quien le proporcionó el borrador de lo que sería la Ley para la Reforma Política, a cuya aprobación contribuyó decisivamente, pero si él y el propio rey creyeron que Adolfo iba a ser actor de una sola temporada, no tardaron en comprobar su equivocación. En 1977 se iniciaron sus desencuentros con Fernández-Miranda.



Este dimitió como presidente de las Cortes muy poco antes de las elecciones de 1977, una decisión que el autor del libro presenta como desinteresada, pero que otros han interpretado como una manera de reservarse para el futuro, quizá como presidente de un gobierno de coalición entre UCD y AP, que ni Suárez ni Fraga habrían podido presidir. Su aportación a la transición es en todo caso innegable.