Marita con Fidel Castro en los 60. Foto: Archivo
La vida de Marita Lorenz es una vida de novela. De novela negra y de novela de espías. Algunos pasajes de Yo fui la espía que amó al Comandante tienen su contrapartida en The shot, de Philip Kerr, donde aparecen las tramas que querían cobrarse las vidas de Fidel Castro y John Kennedy, dos momentos claramente vinculados a la biografía de Lorenz. Precisamente, uno de los principales ganchos de la obra es la trayectoria rocambolesca de la autora, desde su paso por los campos de concentración nazi al final de la Segunda Guerra Mundial a su condición de amante de los dictadores latinoamericanos Fidel Castro y Marcos Pérez Jiménez, concluyendo en su colaboración con la CIA, el FBI o la DEA.Si bien el libro está bien narrado y es capaz de mantener la tensión a partir de los incontables acontecimientos que jalonan la vida de la autora, su utilidad como fuente histórica es bastante limitada. De hecho, Lorenz comienza su autobiografía presentándose como una "testigo no creíble", y al final insiste en que muchas su verdad "resultaba incómoda para alguien" y que ello la puso numerosas veces en peligro. Pero lo cierto es que fue su propia impericia la que provocó muchas de las dificultades que enfrentó.
Su falta de consistencia y planificación, sus constantes cambios de rumbo y amantes, el no comprometerse a fondo era una fuente permanente de problemas. Precisamente, su carácter voluble le permite saltar de continuidad de un revolucionario antiimperialista como Castro a un conservador pronorteamericano como Pérez Jiménez.
Su rápido recorrido por muchos acontecimientos dejan más preguntas que respuestas claras. Se trata más de brochazos impresionistas que de un intento de contar de primera mano cosas trascendentes. El haber sido testigo privilegiado del comienzo de la Revolución Cubana y su contacto directo con Fidel Castro hubiera permitido profundizar ese momento. Lorenz deja constancia de sentimientos e impresiones, nada más.
En el caso de Cuba, sigue la "historia oficial" para explicar los motivos que provocaron la Revolución o el papel de la mafia estadounidense. Eso sí, su testimonio deja constancia del modo patrimonialista con que Castro entendía "su" Revolución. Así, cuando la conoce le dice: "Soy el doctor Castro. Fidel. Soy Cuba" o "El agua es Cuba, Cuba es mía". Esto queda aún más claro cuando Castro fleta un avión sólo para ella desde Nueva York a La Habana, que marcaría el inicio de su romance. Su vida se ha movido siempre en los límites de la legalidad y ella lo sabe. No es una obra que intente justificar su pasado, ni explicarlo. Lo narrado refleja bien buena parte de la segunda mitad del siglo XX y el oscuro mundo del espionaje y los servicios secretos, donde las fidelidades no existen y las dobles y triples lealtades siempre son posibles.