John Gray. Foto: Archivo
Que somos marionetas ignorantes de qué o de quién las mueve ha sido y es tema recurrente de la filosofía, la religión, la literatura y el resto de las artes desde tiempo casi inmemorial. Y hoy en día el motivo de tal metáfora ha devenido objetivo central de la neurociencia. ¿Somos libres? ¿Existe el libre albedrío? ¿Entendemos todos lo mismo cuando empleamos estos términos? Pues parece ser que no y además estos dados están cargados sectariamente. Así que cada uno se posiciona según carácter y circunstancia y elabora formidables construcciones más por lo que en filosofía se ha venido a llamar “razonamiento motivado” -esa tendencia a buscar argumentos con la sola finalidad de respaldar los propios puntos de partida- que por la búsqueda pura de la verdad. Pero es que somos marionetas. ¿O no?El autor de El alma de las marionetas, John Gray, nació en Inglaterra en 1948. Su especialidad es la teoría política y filosófica y es profesor de Pensamiento Europeo en la London School of Economics. También es un conocido iconoclasta de determinadas ideas -un ilustre anti ilustrado- que en numerosos libros, sobre todo en El silencio de los animales (2002), cuestiona la idea de que la voluntad y la moral sean algo más que una ilusión concluyendo así que tanto el Humanismo como la idea de progreso son meras quimeras de humanos desesperados.
Los rasgos que conforman las posiciones ideológicas de la izquierda y la derecha hoy han sufrido cambios tan severos y sustanciales que cuesta seguirles la pista porque sus estandartes ya no son los que solían. Así, adhiriéndose a esas tendencias nuestro autor lanza a los abismos de lo abominable al capitalismo que causa todos los males junto al progreso y la ciencia.
Importantes neurocientíficos junto a filósofos y psicólogos evolucionistas han hecho aportaciones extraordinarias que han vuelto aún más apasionantes los viejos interrogantes de la humanidad: el yo, la consciencia, la libertad, la moral o el libre albedrío. Y ha sido así porque se han replanteado los antiguos dogmas y se han realizado avances hacia una comprensión real y alejada de la metafísica.
No es esta la opción de John Gray y no verán en la bibliografía la menor referencia a ninguno de los grandes filósofos y ya no digamos biólogos que se acercan a los arcanos de la libertad humana desde el análisis científico. Nuestro autor cuestiona la idea de libre albedrío y expone lo que considera sus límites y contradicciones a partir de una aproximación básicamente literaria y poética.
No es un acercamiento que carezca de interés. Al contrario, el suyo es un despliegue de erudición y originalidad que le ha convertido en un maestro del romanticismo oscuro y pesimista. En sus páginas nos encandila con interesantes y poco conocidos personajes y anécdotas tanto de la literatura, la poesía o la ciencia ficción. Desfilan el sacerdote del XVII Joseph Glanvill, Giacomo Leopardi, Stanislaw Lem, Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Jorge Luis Borges o Philip K. Dick teniendo un papel introductorio Heinrich von Kleist y su obra Sobre el teatro de marionetas.
La novedad del enfoque de Gray es que utiliza el símil de la marioneta al revés de lo que es usual. El tópico clásico de que los humanos no somos libres por ser marionetas es sustituido por la idea de que, precisamente por no serlo, sentimos nuestra falta de libertad. Esto nos lleva a una lucha sin esperanza y a depositar vanas perspectivas en que el avance del conocimiento intelectual y la razón nos vayan a liberar. Para él la prueba de esta infundada fantasía es que, a medida que avanzamos, más advertimos hasta qué punto estamos sujetos por nuestros condicionantes inconscientes -aquí cita a Daniel Kahneman, por ejemplo- y biológicos. Gray siente que la continua emergencia de nuevos desafíos a nuestra comprensión es motivo para el desespero y generaliza sus propias aprensiones al conjunto social. Y en un juego de fabulosos castillos artificiales nos ofrecerá la cura a través de una paradoja: sólo aceptando cuán poquita libertad tenemos podremos vivir con el único tipo de libertad que es posible: la de hacerlo de acuerdo con nuestra naturaleza.
Quizá es demasiado monte para este ratón. Gray parece convencido de que a los que considera unos ingenuos, como el humanista A.C. Grayling o el científico cognitivo Steven Pinker, su entusiasmo injustificado les impide darse cuenta de las debilidades humanas y de que no todo es posible. Pero no veo por qué ambos no estarían de acuerdo con su conclusión final. Eso sí, alejados de tremendismos lúgubres acerca de la condición "caída" de la especie humana.