Una mujer mendiga al pie del Banco Central de Grecia. Foto: Héctor Estepa

Crown, 2015. 294 páginas. 27$

Y tras los nuevos recortes, elecciones anticipadas. El drama griego no abandona la actualidad informativa que, sin embargo, sobrevuela siempre el país a vista de pájaro, sin detalle. Para remediarlo es obligado acercarse al nuevo y vibrante libro de James Angelos. Un viaje entre ruinas.

Una noche de diciembre de 2009, dos funcionarios ladrones de Pangaio, en las montañas del norte de Grecia, se las arreglaron para que el alcalde de la ciudad acudiese a una cita en una tranquila carretera costera. Temerosos de que los auditores del Estado estuviesen a punto de sacar a la luz el saqueo sistemático de las arcas municipales cometido por los tres hombres, mataron a su compinche a tiros con una metralleta Uzi para silenciarlo y, acto seguido, metieron el cadáver en el maletero de su coche, donde fue encontrado tres días después. Sentenciaron a los asesinos a largas condenas de cárcel, pero -tratándose de Grecia, un país famoso por su abotargado funcionariado y por unas medidas de protección social que incluso salvaguardan los puestos de trabajo de los criminales convictos- siguieron recibiendo parte de su sueldo mientras estaban en la cárcel. "¡Tras asesinar al alcalde, les siguen pagando!", decía el titular de un periódico griego.



En La catástrofe completa: viajes entre las nuevas ruinas griegas, James Angelos documenta la profunda disfunción de la sociedad griega y el modo en que ha llevado al país a una debacle económica. Angelos, periodista autónomo y excorresponsal de Wall Street Journal, además de ser hijo de inmigrantes griegos y hablar griego con fluidez, estaba en buena situación para informar sobre la crisis financiera que estalló en Grecia en 2009 y que sigue azotando al país, y también a gran parte de Europa. (El título está tomado de una frase pronunciada por el protagonista de la película de 1964 Zorba el griego, basada en la novela de Nikos Kazantzakis). Angelos, que ha viajado desde Atenas hasta Tesalónica, desde los pueblos de las montañas hasta las islas distantes, describe con una interesante mezcla de indignación y brío los timos que los griegos llevan décadas perpetrando, frecuentemente con la complicidad de su Gobierno, y las devastadoras consecuencias actuales, ahora que la estafa ha salido a la luz.



Pocos países sobre la faz de la Tierra combinan un pasado tan glorioso con un presente tan ignominioso. A la tierra de la Acrópolis, Platón y Pericles -elogiada por el presidente francés Valéry Giscard d'Estang en la década de 1970 por ser "la madre de todas las democracias"- le llovieron préstamos baratos de los bancos europeos tras adherirse a la zona monetaria del euro de la UE el día de Año Nuevo de 2001. Pero el sobrecargado sistema clientelista griego, el fraude fiscal endémico y la corrupción generalizada estaban agotando las arcas públicas (hecho que el Gobierno consiguió ocultar tanto a sus ciudadanos como a sus acreedores). Cuando llegó la crisis financiera mundial de 2009 y los préstamos baratos se acabaron, el país se encontró con una deuda de 430.000 millones de dólares. La Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, conocidos como "la troika", pactaron un rescate económico de 146.000 millones de dólares y, a cambio, exigieron que Grecia pusiese en práctica unas radicales medidas de austeridad que incluían la reforma del sistema de pensiones, subidas de impuestos y despidos masivos. Las consecuencias fueron el sufrimiento generalizado de la población y el caos político. Hoy, tras un segundo rescate en 2012, el paro sigue rondando el 25%, el producto interior bruto ha caído en picado, las infraestructuras se desmoronan, los suicidios y la falta de vivienda aumentan y, uno tras otro, los desafortunados Gobiernos se han visto atrapados entre la espada y la pared: aceptar las estrictas condiciones impuestas por la troika o salir de la eurozona y arriesgarse a sufrir una catástrofe financiera mayor.



Para entender lo que ha puesto a Grecia en este aprieto, Angelos visita Zakynthos, isla situada junto a la costa oeste del Peloponeso, burlonamente apodada la "Isla de los Ciegos" tras descubrirse que casi el 2% de su población -nueve veces el porcentaje aproximado de la mayoría de los países europeos- recibía ayudas sociales por ceguera. Angelos descubre un plan para defraudar al ministerio de Sanidad en el que participan desde el único oftalmólogo del único hospital público del lugar hasta el antiguo prefecto que rubricaba con su firma los pagos, uno de los muchos chanchullos relacionados con las prestaciones sociales que le han costado al Gobierno griego miles de millones de euros.



En la isla de Hydra, Angelos habla de un asalto secreto a una taberna portuaria que atrajo la atención del país sobre un típico pasatiempo griego, la evasión fiscal, y sobre los poco entusiastas y parciales intentos del Gobierno de tomar medidas contra el fraude."La generalización de estos hábitos, y la constante falta de disposición del Gobierno a hacer algo al respecto, han sido, más que cualquier otro factor, la causa de los problemas económicos de Grecia", observa Angelos, y cita un estudio de la Comisión Europea en el que se calcula que los impuestos al consumo no recaudados ascienden a 10.000 millones de euros anuales. En otro estudio, llevado a cabo por dos profesores universitarios estadounidenses, se calcula que, en 2009, los trabajadores por cuenta propia no declararon unos 28.000 millones de euros de ingresos imponibles.



Sin embargo, según la mayoría de los griegos, la culpa no la tienen ellos, sino sus acreedores. Angelos nos describe a Manolis Glezos, un miembro nonagenario del partido político de extrema izquierda Syriza. al que veneran en Grecia por un singular acto de rebeldía realizado durante la Segunda Guerra Mundial: cuando era un adolescente en la Atenas ocupada, se acercó sigilosamente a la Acrópolis una noche, arrancó una bandera nazi colocada sobre las ruinas y luego evitó que lo capturasen. Siete décadas después, Glezos se ha convertido en una figura destacada de una nueva oleada de "resistencia" contra el principal acreedor de Grecia, Alemania, al exigir que el Gobierno de la canciller Angela Merkel pague cientos de miles de millones de euros como indemnización por el saqueo de Grecia y el asesinato de sus ciudadanos durante la guerra. Angelos ofrece un retrato de Glezos lleno de matices, y lo describe como un demagogo y como un héroe al mismo tiempo: "Me vi oscilar entre la repugnancia ante tanta desinformación populista y el derramamiento de lágrimas de simpatía hacia él". (El Gobierno de Syriza, que llegó al poder en enero, incrementó las demandas de Glezos, y amenazó con apoderarse de propiedades alemanas -entre ellas el Instituto Goethe y el Instituto Arqueológico Alemán, además de escuelas y residencias vacacionales alemanas- si Berlín se negaba a pagar una indemnización de 341.000 millones de euros).



Angelos también adopta un punto de vista matizado sobre el desastre humanitario causado por el plan de austeridad. Dedica una larga sección de un capítulo a la historia de ERT, la emisora estatal, cuyos miles de empleados fueron despedidos en un torpe intento del Gobierno de persuadir a la troika de que Grecia se tomaba en serio la eliminación del exceso de funcionariado. Aunque simpatiza con el personal despedido, Angelos señala que la mayoría de los griegos considera los cuatro canales de la emisora insufriblemente aburridos y a sus presentadores, "unos títeres políticos". También menciona el estado de abandono de una de las universidades más prestigiosas de Grecia, un campus adornado con eslóganes que se niegan a admitir la deuda: "Ni un solo sacrificio por la plutocracia". "Aunque las columnatas de las idílicas facultades estadounidenses se inspiren en las formas helénicas clásicas", apunta con ironía, "no resulta fácil encontrar ese idealizado ambiente pintoresco en las universidades griegas, donde reinan los grupos estudiantiles comunistas y otros de extrema izquierda, y los grafiteros decoran los muros en consonancia".



Angelos se desvía de la economía griega con un largo comentario sobre la inmigración ilegal que carece del tono irónico y centrado de los capítulos anteriores. Pero su sección final, acerca de Amanecer Dorado, un partido neonazi cuyo auge hasta puestos de relevancia fue la más vergonzosa consecuencia de la implosión griega, le proporciona un final adecuado. Aprovechando una oleada de histeria contra los inmigrantes, esta banda de matones sembró el terror en Atenas y otras ciudades, y luego consiguió 18 escaños en el Parlamento en 2012.



Entre los nuevos legisladores se encontraba Ilias Kasidiaris, "un hombre que tiene una gran esvástica tatuada en el hombro izquierdo", y que se hizo tristemente famoso por abofetear a una parlamentaria del Partido Comunista en directo en la televisión nacional. Y luego está su compinche, Nikolaos Michaloliakos, el diminuto jefe de partido conocido por negar el holocausto y aterrorizar a los inmigrantes. Como escribe Angelos, la victoria parlamentaria de Amanecer Dorado ha situado a Michaloliakos "en el panteón de los hombres bajitos y peligrosos que ha habido a lo largo de la historia y que, en su búsqueda del poder, han superado las expectativas respecto a cuánto podían acumular".



Para un país que regaló al mundo a Sócrates y Aristóteles, ha sido un descenso tan pronunciado que resulta deprimente.