Hyeonseo Lee. Foto:TED

Traducción de Isabel Margelí. Península, 2015. 384 páginas, 19'90€ Ebook: 9'99€

Los libros de desertores norcoreanos están de moda. Al menos seis se han publicado este año en inglés. Según el periodista y premio Pulitzer surcoreano, Choe Sang-Hun, en los últimos quince años han huido a Corea del Sur unos 28.000 norcoreanos. "Sólo una, que sepamos, ha pedido volver", escribía el 15 de agosto en New York Times. Se refiere a una sastra de 45 años, Kim Ryen-hi, que escapó de su país hace cuatro años y que, casi desde que llegó y recibió la nacionalidad del Sur, ha intentado sin éxito -Seúl no lo permite- regresar a su país.



La protagonista de La chica de los siete nombres, Hyeonseo Lee (su séptima y quizá definitiva identidad), viajó a China en 1997, con sólo 17 años, para pasar unos días con unos parientes y nunca más volvió. No porque no lo haya deseado, sino porque, en la balanza de ventajas e inconvenientes, esperanzas y miedos, la razón siempre ha acabado imponiéndose.



Tras sobrevivir doce años con identidades falsas en las ciudades chinas de Shenyang y Shanghái trabajando de camarera, contable y traductora, logró llegar a Corea del Sur y, lo más difícil, consiguió sacar a su madre y a su único hermano de la cárcel a cielo abierto en que siempre habían vivido sin saberlo para que se reunieran con ella en la capital surcoreana. En su huida y en la de su familia invirtió su juventud y todos sus ahorros, aprendió mandarín, logró identidad y pasaporte chinos, sobrevivió a secuestros y detenciones policiales, y a punto estuvo de acabar atrapada en las redes de los intermediarios, muchos de ellos mafiosos y traficantes de mujeres, y de ser entregada a la policía secreta norcoreana, la temida bowibu.



La odisea de los Lee, contada en 53 capítulos con la inestimable ayuda de David John como coautor, está estructurada en tres partes de unas cien páginas cada una que enganchan al lector de principio a fin. En la primera describe la rocambolesca historia de su país de origen, la saga de su familia, la vida diaria de los norcoreanos, la omnipresente propaganda y persecución arbitraria desde que nacen hasta que mueren, y los mecanismos de represión de un régimen donde resulta imposible distinguir la frontera entre el bien y el mal.



La segunda parte recoge sus penurias en China, temiendo ser detenida y extraditada. "¿Sabes que la historia que te enseñan en la escuela es toda mentira?", le dice su tío Jung-gil, comerciante chino-norcoreano de Shengyang, el primer ángel de la guarda que la acoge y ayuda en su escapada tras cruzar el río Yalu. En la tercera parte -los interrogatorios de la policía surcoreana, los cursos de adaptación y la lucha por sobrevivir en libertad cuando nunca se ha disfrutado- desmitifica el paraíso exterior. "Los 27.000 (mil menos de los que cita en el New York Times) norcoreanos que viven en el Sur han dejado atrás dos posibles tipos de vida: la angustia, el hambre y la persecución o bien una situación razonable que no era tan espantosa", explica al final del libro la autora, que pertenece al segundo grupo.