Alfred Rosenberg y primera página del diario conservado en el Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto. Foto: Archivo
Entre los máximos jerarcas del Tercer Reich, Alfred Rosenberg (Tallín, Estonia, 1893-Núrenberg, 1946), puede destacarse por tres rasgos profundamente relacionados entre sí: en primer lugar por su condición de teórico o ideólogo, algo inusual en la cúpula del régimen, con la excepción parcial del ministro de Propaganda Joseph Goebbels (y resulta significativo a este respecto que estos sean los dos únicos líderes nazis que dejaran escritas sus reflexiones en forma de diarios); en segundo lugar, por su racismo exacerbado -¡y ya era difícil destacar como xenófobo en este contexto!- que le llevó, según su más importante biógrafo, Ernst Piper, a un "antisemitismo francamente monomaníaco" e incluso a un anticristianismo militante, por las raíces judías de este credo; y en tercer lugar, y sobre todo, por ser el autor de la biblia del nacionalsocialismo, El mito del siglo XX (1930), con una tirada de más de un millón de ejemplares hasta el final de la guerra. Fue el único libro del movimiento que podía parangonarse con el Mein Kampf de Hitler.A todos esos rasgos debería añadirse otro que, a la postre, resultó más decisivo aún si cabe para su carrera política y para el papel que le tocó desempeñar en los trágicos acontecimientos de la época: su condición de experto en política exterior (algo que tampoco era muy frecuente entre sus conmilitones), que le llevó a ser nombrado el 17 de julio de 1941 "ministro para los territorios ocupados del Este". Desde este alto puesto, Rosenberg dirigió una política de "limpieza" y exterminio sin contemplaciones en toda la Europa Oriental para llevar a la realidad el objetivo teórico de un "espacio vital" para el Reich germano, y fue de este modo el responsable supremo del asesinato de millones de personas de otras etnias y nacionalidades (no solo judíos). Capturado al final de la guerra por los aliados, el tribunal de Núremberg le declaró culpable de esos crímenes y le sentenció a morir en la horca.
Aunque, como se ha dicho, la responsabilidad de Rosenberg en las matanzas en general y el Holocausto en particular está fuera de toda duda -y ello a su vez en una doble vertiente, tanto en la elaboración de una doctrina de exterminio como en la materialización de la misma- es asunto debatido entre los expertos el grado de influencia real que tuvo Rosenberg en la política concreta del Tercer Reich, en comparación con otros dirigentes como Himmler, Göring o Ribbentrop. Es significativo a este respecto que, como consigna Goebbels en sus diarios, Hitler comparara a Rosenberg con una mujer que cocina bien pero que en vez de cocinar toca el piano. La anécdota es relevante porque, como muestran estas mismas páginas que ahora comentamos, Rosenberg - como los demás gerifaltes nazis- dependían servil y hasta infantilmente de lo que opinara en cada momento el Führer, de sus estados de humor, de sus arrebatos y caprichos. Todos ellos competían entre sí por una mirada agradecida, un gesto de aprobación o una palmada en el hombro del jefe providencial.
La importancia de estos Diarios -aparte del valor más obvio, que salen a la luz completos por vez primera- es que muestran a un Rosenberg en estado puro, con sus titubeos, debilidades y contradicciones, como pone de relieve una escritura un tanto anárquica, no siempre clara, con tachones, abreviaturas, reiteraciones y hasta errores de sintaxis y faltas de ortografía. No es por ello un texto fácil de leer y requiere además un buen conocimiento del contexto. La edición que se ha hecho es modélica con una revisión minuciosa del original, múltiples notas aclaratorias, una extensa introducción que sitúa a Rosenberg y sus anotaciones en su marco histórico y, sobre todo, una extraordinaria selección de "documentos complementarios"", obras más elaboradas del propio Rosenberg que complementan perfectamente el carácter fragmentario y circunstancial de los diarios.
Una última acotación, aunque sea anecdótica: no se pierdan las menciones que hace el ideólogo nazi a Franco, José Antonio, la Iglesia católica y a España en su conjunto, ese país en el que "el judaísmo se está vengando de Isabel y Fernando" y "hasta los burros llevan imágenes de Cristo alrededor del cuello".