Kathryn Schulz. Foto: Archivo de la autora
La pretensión de estas páginas es poner en evidencia la dificultad que tenemos los seres humanos para reconocer nuestros propios errores a la vez que desarrollamos hasta la hipertrofia la capacidad para detectar y criticar los errores ajenos. Su autora, la periodista estadounidense Kathryn Schulz, ha viajado, leído y escrito para diversos medios de comunicación y en 2014 entró fija en la plantilla del excelente, leído en todo el mundo, semanario "The New Yorker".El rodaje vital y profesional de Schulz le viene de perlas a su objeto de estudio, el amplio campo de la falibilidad humana. Desde una perspectiva abierta y desprejuiciada traza dos coordenadas para abordar su indagación. En primer lugar, utiliza una óptica histórica y examina el modo de tratar el error a lo largo de los tiempos por filósofos, pensadores y creadores de opinión. En segundo término, analiza el error en distintos campos de la actividad humana como la judicatura, la medicina, la aviación o el amor. Al mismo tiempo, focaliza e ilustra con numerosos casos concretos su revisión de la falibilidad.
La cuestión del error ha sido un tema central en la filosofía, como muy bien recoge Schultz. Platón examina el error en el Teeteto y el Sofista. Aristóteles lo hace al ocuparse de la cuestión del juicio, preocupado por determinar si los errores son provocados por el intelecto o por los sentidos. El pensamiento cristiano a partir de Agustín -la autora prescinde del san- contempla el error como una derivada de la voluntad malvada del hombre y de sus pasiones.
La aparición de la filosofía moderna marca el inicio de elaboraciones más amplias y sistemáticas del concepto de error. Descartes atribuye su origen a la voluntad y no al entendimiento. La voluntad puede extenderse no sólo a la afirmación de ideas, sino también a la elección del mal sobre el bien. Por eso se la hace culpable del error. Spinoza, Leibniz, Kant, Hegel, Croce, Max Scheler o Heidegger, entre otros, han abordado la naturaleza del error. Los dos aspectos del error, material y formal, siguen presentes en la moderna lógica formal y en la epistemología contemporánea. La existencia del error supone, en definitiva, un modo de relación con la realidad y, por consiguiente, implica reflexionar en torno a la relación entre el ser y el no ser, conceptos paralelos en filosofía a las cuestiones acerca de la relación entre la verdad y el error.
No sólo se han ocupado del error los filósofos, como leemos en estas páginas. Los psicoanalistas, con Freud y su Psicopatología de la vida cotidiana a la cabeza, se han explayado sobre la cuestión. William James y toda la psicología de la percepción posterior se han ocupado de los errores inducidos por nuestros sentidos y de su capacidad para producir falsas ilusiones. En el territorio de las ciencias sociales existe la misma preocupación. Los errores de concepción lógica, estadística o los fallos en la ejecución de una investigación pueden reducir su valor a cero.
Al entrar, como ya hemos señalado, en las experiencias concretas del error, Schulz introduce una dosis tremenda de potencia en el texto. Lo electrifica. La narración del caso de la joven esposa y madre norteamericana que afirma de buena fe reconocer a su violador y, en base a su testimonio, este es encarcelado muchos años hasta que la prueba del ADN demuestra su inocencia, es conmovedora.
Cuando entra en los errores de la práctica médica, el lector queda informado de que "hasta la estimación más baja sitúa los errores médicos como la octava causa de muerte en la nación, por delante del cáncer de mama, el sida y los accidentes automovilísticos". Capítulo aparte merecen las equivocaciones en el amor: la esencia de la experiencia repetida de la desesperación. Nos arrepentimos del amor una vez tras otra. Y volvemos.
En el cierre de En defensa del error cristaliza algo que ha estado flotando a lo largo del texto: el error tiene su lado bueno. Mientras que la ignorancia es una falta de conocimiento, el error supone un conocimiento acerca del cual hay error. Con ello se admite que el error es, en cierto modo, algo positivo. Erramos porque creemos en nosotros mismos y en la posibilidad de hacerlo mejor la próxima vez, afirma Kathryn Schulz.
Aceptar nuestra falibilidad es suponer esperanza de cambio, de mejora. Al mismo tiempo, esa aceptación implica cargar con las consecuencias morales de nuestros errores y ser conscientes de que los errores intelectuales pueden ser la base de males morales.