Franco y Hitler, en Hendaya (23 de octubre de 1940)
Ya nos hemos acostumbrado a que el mercado editorial se mueva a golpe de efemérides, por lo menos en lo tocante a ensayos y textos de carácter historiográfico. En especial, al cumplirse números redondos se concitan "novedades" que tratan de exprimir la conmemoración con el reclamo de documentación inédita, enfoques renovados o simple puesta al día de las cuestiones de turno. Este año, que se cumplen los cuarenta de la muerte de Franco, ha sido también ocasión para que aparezcan libros que han tratado de aportar perspectivas distintas, desde la "biografía del mito" (Antonio Cazorla) al desenmascaramiento de su "otra cara" (Ángel Viñas), obras ambas reseñadas en estas páginas. Junto a ellas, hemos tenido la reedición de la monumental biografía de Preston que, para muchos, sigue siendo una de las mejores. Además, una interesante aportación colectiva coordinada por Julián Casanova (40 años con Franco) y un volumen de carácter más restringido, sobre la ayuda británica al bando faccioso (Los amigos de Franco, de Peter Day). No menciono aquí otras obras menores o circunstanciales para no alargar la lista.¡Quién iba a decirlo! A los cuarenta años de su muerte, Franco está bien vivo para adeptos y adversarios, que siguen disputando con vehemencia y hasta con saña en torno a su figura, sus actuaciones y su significado en la historia de España. Afortunadamente, la contienda no traspasa hoy los límites de la palabra -oral, impresa o digital-, pero es llamativa la inviabilidad recurrente de un punto de encuentro desapasionado en investigaciones que, desde uno y otro lado, se reclaman "científicas". Mientras que, pongamos por caso, la historiografía contemporánea ha perfilado un retrato de Hitler en el que hay un amplio consenso en lo fundamental -se discrepa más que nada en matices-, en el caso de Franco y su régimen (y, por extensión, la guerra civil y la República) se mantienen posiciones irreductibles que luego se trasladan al circo político. El calificativo de franquista sigue siendo un arma arrojadiza en la controversia partidista.
El debate también está vivo en el conjunto de la sociedad española como muestra la cantidad de libros que se siguen publicando. Ahora, en el tramo final del año, aparecen casi simultáneamente dos estudios muy distintos de dos autores también dispares ideológicamente que coinciden sin embargo en abordar la misma cuestión, con títulos bastante parecidos y hasta con portadas llamativamente similares: los retratos de ambos dictadores con una franja en rojo que los separa. Sin embargo, una observación más atenta descubrirá en esas ilustraciones de portada unas curiosas diferencias que nos servirán de punto de referencia para adentrarnos en el contenido propiamente dicho: mientras que en el libro de Luis Suárez (Gijón, 1924) Franco y Hitler miran hacia lados opuestos, en el de Barbieri están frente a frente estrechándose las manos con una sonrisa de complicidad. Podría ser casual o anecdótico pero, como veremos enseguida, no lo es.
La figura de Luis Suárez no necesita presentación, ni siquiera para el sector más alejado del campo historiográfico. Reputado medievalista, su nombre saltó hace pocos años a las páginas de los periódicos, en medio de una gran polémica, por ser el autor de la entrada "Franco" en el impugnado Diccionario de la Real Academia de la Historia. En este nuevo volumen, Suárez mantiene las posiciones ideológicas que causaron tanto escándalo: para él Franco no fue totalitario, ni aun siquiera dictador, sino el creador de un régimen autoritario. A partir precisamente de esos presupuestos, uno de los propósitos fundamentales de este libro es contraponer las figuras del Generalísimo y el Führer y distinguir nítidamente sus regímenes respectivos y sus dispares objetivos. Así, dice Suárez, frente al "materialismo dialéctico" y el racismo del alemán, el catolicismo del español; frente al totalitarismo del primero, el mero autoritarismo del segundo; contra la vocación belicosa de Hitler, la consideración de la guerra como "mal menor" de Franco; y, en fin, hasta frente al antisemitismo brutal del germano, la protección que dispensó el régimen español a los judíos. Al margen de esas más que discutibles contraposiciones, lo que sorprende en un libro de estas características, que se supone está confeccionado básicamente con documentos del Archivo personal del Caudillo, es la ausencia de aparato crítico (notas y relación de documentos consultados). Quizá el simple aficionado no lo eche de menos, pero para el especialista es una cuestión fundamental para cotejar los asertos e interpretaciones del autor.
Pese a que aborda el mismo tema -las relaciones hispano-germanas-, Pierpaolo Barbieri (Buenos Aires, 1987) centra su atención unos años antes, durante la guerra civil española. Las diferencias con el volumen anterior son de forma y fondo, en sus premisas y sus conclusiones. Empecemos diciendo que frente a la veteranía de Suárez, Barbieri es un joven e inquieto historiador que, aunque oriundo de Buenos Aires, se ha formado en el ámbito académico anglófono (Harvard) y que pretende con esta su primera obra romper moldes e interpretaciones profundamente asentadas. Su tesis es que el auxilio nazi al bando sublevado en la contienda española no se debió tanto a razones ideológicas -según se ha mantenido hasta ahora- cuanto a un complejo designio de "imperialismo informal inspirado por Hjalmar Schacht, el principal arquitecto económico de la recuperación nazi". Aquí España aparece más bien como sujeto pasivo, objeto de deseo de las aspiraciones nacionalsocialistas, que se decantaron en un primer momento por seguir una Weltpolitik más o menos contenida en vez de la más brutal doctrina del Lebensraum (espacio vital) que luego se impuso. Las conclusiones de Barbieri no nos parecen tan relevantes como él pretende, aunque nada más sea porque, como el mismo autor se ve obligado a reconocer, el llamado imperio informal germano no pasó de aspiración truncada al perder Schacht la confianza de Hitler en fecha tan significativa como 1939. En el extremo opuesto al libro de Suárez, aquí nos encontramos una descomunal compilación de notas (cien páginas, ¡la cuarta parte del volumen!) y, sin embargo, echamos en falta una relación alfabética de archivos, documentos y obras consultadas.