Byung-Chul Han. Foto: Fischer Verlag

Traducción de Alberto Ciria. Herder. Barcelona, 2015. 112 páginas, 12€

La mirada filosófica resulta poco convencional. Ya lo denotaba la voz griega "theoria": distanciamiento de lo que, de inmediato, aparece como no problemático para verlo en un contexto de significación insospechado. En ese sentido, no puede negársele aliento filosófico a las fulguraciones mentales del pensador coreano afincado en Alemania, Byung-Chul Han (Seúl, 1959). En poco tiempo, este profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad las Artes de Berlín se ha convertido en un autor de éxito no sólo por la claridad de sus ensayos, sino sobre todo por la forma tan sugestiva en que hila en ellos los más diversos fenómenos de la sociedad contemporánea para analizar los males que la aquejan. Sus libros, breves, llenos de enunciaciones enfáticas, sintetizan el argumentario crítico del pensamiento contestatario actual.



Para Han, vivimos en un sistema colonizado por nuevas formas de explotación, donde el hombre ha interiorizado los mecanismos de autocontrol para exigirse a sí mismo una mejora constante del rendimiento. El malestar que este estilo de vida genera se domestica a su vez con remedios espurios, bien sean las recetas individualistas de la autoayuda o cualquier otro imperativo de la pura positividad, que renuevan en el sujeto la convicción de que debe superar su cansancio, volver a mostrarse activo y atractivo ante los demás y recuperar su valor en el mercado.



En su libro más reciente, Han analiza cómo se refleja este estado de cosas en el terreno de la experiencia estética. Para ello, comienza estableciendo un curioso nexo entre el arte de las esculturas insulsas e hiperpulidas de Jeff Koons, el diseño ultrafino de los smartphones y la depilación brasileña. ¿Qué tienen en común estas expresiones, aparentemente tan dispares, para proclamarlas señas de identidad de nuestra época? Según Han, el hecho de que todas responden a esa exigencia de positividad que impera en un mundo que difícilmente tolera alteridad o negatividad alguna.



Por eso gusta hoy tanto lo pulido, lo liso: porque no daña ni ofrece resistencia. Nuestro deleite tiende a circunscribirse a cosas puramente positivas, cada vez más planas y transparentes. Tal sería el modo de comunicación extendido por las redes sociales, limitado al "Me gusta" de Facebook, y donde la adicción al selfie testimoniaría el vacío interior de un yo que trata en vano de producirse a sí mismo, sin lograr a la postre otra cosa que reproducir ese mismo vacío de una vida sin consistencia.



Pero la genuina experiencia de lo bello no es la del sometimiento del objeto a las expectativas acostumbradas del sujeto en su trato cotidiano con el mundo; supone, por el contrario, la sacudida de lo inesperado, una esencial dimensión de contraste, opacidad y misterio -de negatividad, en suma.



Byung-Chul Han quiere salvar esta carga crítica que reviste el encuentro con la belleza. En su empeño, explica convincentemente cómo la lógica del consumo nos anestesia más que estetiza. Pero se muestra demasiado maximalista cuando reduce a fenómenos de alienación todas esas nuevas formas de comunicación. Identifica una tendencia inquietante del gusto actual, pero simplifica mucho. Por ejemplo, niega toda posibilidad emancipatoria al juego con la intrascendencia, al momento lúdico que, como ya sabía Schiller, acompaña a la vivencia estética y propicia la contemplación desinteresada.



Sería deseable una mayor explicitación de algunas formulaciones. La estética de lo bello, ese fenómeno genuinamente moderno, ¿implica como tal la voluntad de eliminar lo negativo del arte? ¿No es esto más bien consecuencia de una deriva muy posterior?



Han escribe de forma demasiado comprimida como para profundizar en sus argumentos. Paradójicamente, su estilo, al igual que el de los mensajes de Facebook cuya superficialidad critica, se ahorra ese "duro y paciente trabajo del concepto" (Hegel), denso de la negatividad dialéctica que aspira a salvar.