En 50 años Occidente ha destinado 2,3 billones de dólares al desarrollo

Traducción de F. J. Ramos Mena. Debate. Barcelona, 2015. 512 páginas, 22,90€. Ebook: 12,99€

El pasado veinte de enero comenzó en Davos el influyente Foro Económico Mundial. Como todos los años se analizaron y discutieron temas que inquietan de modo global. El informe que presentó Oxfam, "Una economía al servicio del 1%", señaló la creciente acumulación de riqueza en manos de una minoría de personas y países e hizo sonar la alarma entre la escogida élite que acude a la localidad suiza. Casi al mismo tiempo, el once de enero, el movimiento de extrema derecha alemán Pegida montaba en Leipzig una manifestación contra la inmigración tras los asaltos sexuales cometidos por refugiados en la noche de Fin de Año. En 2015, un millón doscientas mil personas, quizá más, pidieron asilo en países de la Unión Europea. Gente huida de Irak, Siria, Afganistán o cualquier otro Estado asolado por la pobreza y la guerra.



Cuando políticos, ejecutivos, banqueros y economistas del más alto rango trataban en Davos de impulsar "la cuarta revolución industrial", personas del llamado Tercer Mundo pasaban hambre y morían a consecuencia de infecciones que en occidente hubiera solucionado cualquier hospital. En estas circunstancias, la aparición de La carga del hombre blanco, un valiente y documentado texto que denuncia "el fracaso de la ayuda al desarrollo" y la brutal distancia entre países ricos y pobres, merece la atención del lector y su aplauso.



Nacido en 1957 en Morgantown (Estados Unidos), William Easterly es catedrático de Economía en la prestigiosa Universidad de Nueva York y codirige el Instituto de Investigaciones sobre Desarrollo. Ha trabajado en el Banco Mundial e investigado la pobreza en África, América Latina y Rusia. Sus publicaciones giran en torno a los problemas de desarrollo de los países con escasos recursos. Para titular este volumen ha escogido un famoso poema de Kipling que se refiere a la colonización norteamericana de Filipinas tras la Guerra Hispano-Norteamericana de 1898. En un primer análisis de contenido, estos versos de Kipling indican el mandato moral -la carga- que el hombre blanco estaría obligado a cumplir, civilizando y colonizando a las demás razas en beneficio de estas mismas. Con el paso del tiempo se han convertido en un icono del dominio colonial y del eurocentrismo.



Easterly sostiene que la ayuda occidental al Tercer Mundo es un fracaso, no tanto por su escasez como por la forma en que se ha venido administrando. A lo largo del último medio siglo, Occidente ha destinado más de 2,3 billones de dólares en ayuda internacional que en realidad no han servido para mejorar la situación de los pobres de la Tierra. Como se narra en la primera de las cuatro grandes partes del libro, la "arrogancia blanca" arranca de la Ilustración y su visión del mundo como una hoja de papel sobre la que los europeos debían escribir la historia y el futuro del resto de los territorios que se iban "descubriendo". Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial no cambió esta concepción. El autogobierno y la descolonización se vieron acompañados de ambiciosos programas de desarrollo empujados por el presidente norteamericano Truman. Se creó el FMI, el Banco Mundial, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional o UNICEF, ente otros muchos organismos, para impulsar la "economía del desarrollo".



El problema de la ayuda al desarrollo de los países pobres no está, dice Easterly, en la cantidad de dinero. El lector asiste a las experiencias personales del autor. En Tanzania por ejemplo, los donantes de ayuda internacional se gastaron dos mil millones de dólares en la construcción de carreteras. Sin embargo, la red viaria no ha mejorado. La falta de mantenimiento estropeaba las calzadas antes de que se construyeran otras nuevas.



Los políticos se empeñan en hacer grandes planes que luego implementan los burócratas sin atender las necesidades reales de los pobres a los que se quiere ayudar. Al final de estas páginas se insiste en evitar los grandes planteamientos y en huir de las utopías construidas por académicos como Jeffrey Sachs en El fin de la pobreza(Debate, 2005) o celebridades como Bono. Más allá de las buenas intenciones de los estados, las organizaciones o las personas que, en ocasiones, han contribuido a paliar la pobreza, el objetivo real es situarse sobre el terreno y entender bien lo que la pobreza necesita de verdad. "Limitémonos a buscar algunas cosas concretas que ayuden a los pobres".