Carlo Rovelli. Foto: Aix-Marseille Université
La física se viene encargando de enseñar que las apariencias engañan. A ella le debemos el conocimiento de que, contra lo que parece, el sol no gira alrededor de la Tierra, el tiempo es tan elástico como los relojes de Dalí, y en el firmamento no brillan estrellas reales sino imágenes fósiles de millones de años de antigüedad. Ahora Carlo Rovelli (Verona,1956)viene a informarnos de que, en el fondo del fondo, espacio y tiempo no existen. Tal es un mensaje central de su historia de la física contemporánea. A decir verdad, no estamos faltos de resúmenes ultra-sintéticos de los arcanos de esa disciplina (El universo cuántico de Brian Forshaw; o Más allá de la teoría cuántica de Michael Talbot, por mentar algunos títulos recientes). ¿Qué aporta esta obra que llega a nuestras librerías auroleada con el premio Galileo 2015 a la Divulgación científica concedido en su Italia natal?A primera vista la que cuenta este físico de la universidad de Aix-Marsella es una historia archisabida, la que va de Newton a Heisenberg y Bohr, pasando por Maxwell y Einstein. Con estos trillados materiales las únicas variaciones posibles dependen de la destreza del autor en tornar comprensibles nociones arduas y contraintuitivas. En ese sentido el texto de Rovelli no decepciona: posee agilidad narrativa, sabe destacar la belleza estética de los postulados teóricos y, a contrapelo del craso empirismo de ciertas concepciones de la ciencia, nos recuerda que muchos hitos de la física no surgieron de la experimentación sino de razonamientos matemáticos, hipótesis imaginativas o pura carambola, y siempre subrayando el carácter provisional de toda descripción científica del mundo.
Lo verdaderamente original nos aguarda en la segunda parte del ensayo. A esa altura el lector ya ha sido informado de que los principios básicos de la mecánica cuántica y de la relatividad general se llevan a la greña, por lo que su unificación se ha convertido en un desafío urgente en la frontera del conocimiento. Entre las formulaciones que aspiran a reconciliarlas destacan la teoría de las supercuerdas y la mucho menos conocida de la gravedad cuántica de lazos. De explicar la superioridad de la última se encarga Rovelli, que además de divulgador es uno de sus promotores.
La gravedad cuántica de lazos presupone un universo en donde no hay nada infinito, ni en el plano macro ni en el micro. Por ejemplo, si descendemos a un nivel inferior al de los átomos y partículas chocaremos con el límite último e infranqueable: los campos cuánticos covariantes, debajo de los cuales reina la nada. Allí no existen tiempo ni espacio; estas dimensiones, junto con la materia y la luz, solo cobran entidad en escalas de magnitud superior. En resumidas cuentas: usted, lector, yo, todo, no somos sino una red de vibraciones cuánticas. Ya se nos había advertido: las apariencias engañan.
Sostiene Rovelli que la ausencia de tiempo y espacio en el sustrato constitutivo de la realidad permite tender un puente entre la determinista relatividad general y la probabilística mecánica cuántica. Pero ¿realmente el puente se sostiene? Con honestidad el autor responde que de momento no. Reconoce que la gravedad cuántica de lazos se encuentra en pañales, si bien asegura que el hallazgo del bosón de Higgs y las mediciones del satélite Planck de la radiación cósmica de fondo aportan pruebas a su favor.
La disputa entre ambas teorías, por lo tanto, permanece irresuelta. Entre tanto, Carlo Rovelli nos ha brindado una articulada síntesis de las diversas interpretaciones de lo existente hechas posible por la física, apoyándose en fotografías, esquemas, gráficas y un mínimo de ecuaciones. Y pese a que en ocasiones resume tanto que apenas esboza los intrincadísimos conceptos en danza, al cerrar el libro nos queda la sensación de que nos hemos vuelto un poquito más sabios que al inicio de su lectura.