Ignacio Sánchez-Cuenca. Foto: Archivo
No es frecuente que un académico asentado haga el esfuerzo de escribir un libro con veneno ya en la cubierta. Desde la misma se le pide al lector que "coja aire, pues necesitará aguantar la respiración en estas primeras páginas de inmersión profunda en la desfachatez intelectual". Si lo habitual es componer la portada que refleje la identidad de la editorial o el contenido del volumen, en este caso se presentan los primeros párrafos de la introducción. Con el libro en la mano, todavía sin abrir, quedan señalados en foto frontal los primeros desvergonzados. Por orden de aparición: Jon Juaristi, Fernando Savater, Félix de Azúa, Juan Luis Cebrián y Javier Cercas. Más de perfil El País, Juan Carlos I, Felipe González y Francisco Basterra. Ya metidos en la lectura de este sorprendente y crítico texto se desenvolverán argumentos y se analizará con acritud la obra de un considerable grupo de destacados de intelectuales españoles.Profesor en la actualidad de Ciencia Política en la Universidad Carlos III, Ignacio Sánchez-Cuenca (Valencia, 1966) acredita una sólida carrera académica acompañada de una constante presencia en medios de comunicación. Colaborador de El País entre 1998 y 2013, ahora escribe, como él mismo señala, en infoLibre, tintaLibre y en la revista digital Ctxt.
El territorio en el que se mueve el autor queda señalizado en el subtítulo del libro: Escritores e intelectuales ante la política. Un espacio en el que como afirma Juan Marichal en El intelectual y la política en España (CSIC, 1990) se "está más cerca de la sangre que de la tinta -como decía Lorca de la poesía de Neruda- y no cabe apenas limitar sus lindes". Una zona que desde la crisis de 2008 se ha ido poblando más y más de exabruptos y necedades. El insulto como herramienta intelectual y política se ha convertido en práctica común. Pasadas las primeras pedradas de la introducción, Sánchez-Cuenca ha dispuesto su material en tres capítulos. En el primero se concluye que "en España sobran figurones y santones". Un final conciso para un largo argumentario en el que se intenta hacer ver que nuestros intelectuales, con alguna excepción como la de Chirbes, no están a la altura de los tiempos. Banda de desfachatados con demasiado peso en la opinión pública y más preocupados por el estilo que por el rigor científico.
En el segundo capítulo se afirma que nuestros intelectuales están obsesionados con el independentismo catalán y vasco. Conservar el territorio español, uno de los objetivos de los intelectuales que se agrupan en torno al "Manifiesto de los Libres e Iguales", se convierte en rampa de lanzamiento para desplegar un torrente de insultos dirigido a quienes defienden la unidad de España. El autor no ve problemas democráticos ni personales en esta cuestión: "El hecho de que Cataluña pasara a constituirse en Estado no tendría por qué afectar a los sentimientos de la gente".
En el capítulo de cierre se abre un análisis de los recientes libros de César Molinas y Luis Garicano del que se saca la impresión de que están sobrevalorados. Se vuelve a insistir en que "la autoridad de los grandes intelectuales debería ser puesta en cuarentena". Pero no habría que preocuparse porque según el autor: "Frente a los figurones de siempre, con su ego hinchado y su opinión tajante e idiosincrásica, van surgiendo autores mejor preparados y más especializados ..."
El acierto de este libro está en abrir una crítica a la intelectualidad instalada. No obstante, ni siquiera eliminando la denigración de sus páginas desaparecería su problema esencial: la muestra elegida de intelectuales no es representativa. Es arbitraria. No tiene rigor científico.