Soldado alemán en la batalla de Stalingrado.
Del mismo modo que se habla en general de una historia oficial o institucional, los grandes acontecimientos tienen una cara establecida y reconocible. En el caso de la II Guerra Mundial hablaríamos de decisiones políticas, movimientos estratégicos, grandes batallas o cambios de fronteras, asuntos todos ellos sobre los que hay una inmensa bibliografía y que en sus líneas esenciales todo el mundo puede identificar. Pero detrás de esos hechos hay una trastienda, una vertiente oculta. Antes de que los efectivos se enfrenten en el campo de batalla o los batallones desembarquen en un determinado punto, otros muchos (militares y civiles) han trabajado en la sombra en cada uno de los bandos para averiguar las intenciones del enemigo y anticiparse a sus movimientos.Es, para decirlo con el título de este libro, La guerra secreta, la historia silenciosa y silenciada de los "espías, códigos y guerrillas" que entre 1939 y 1945 se desplegaron en todas partes con el fin de ganar la guerra o, al menos, inclinar la balanza, descifrando claves, interceptando comunicaciones o tendiendo trampas al enemigo. Su autor, Max Hastings (Londres, 1945), es un veterano periodista, antiguo director de prestigiosos diarios británicos, curtido en las labores de divulgación seria, sobre todo en el ámbito de la II Guerra Mundial. Los lectores interesados en esta vertiente de la historia recordarán algunos de sus títulos, vertidos al castellano, como La guerra de Churchill (2010) o Se desataron todos los infiernos (2011).
En esta nueva obra, Hastings asume el reto de describirnos en un solo volumen (de denso contenido y considerable extensión, casi 800 páginas) todo el entramado de actividades clandestinas y elementos encubiertos que se extendieron de un confín a otro del globo al servicio de sus respectivos países. En términos humanos, hallamos personajes "fascinantes", dice el autor desde el principio. Patriotas casi todos, valientes la mayoría, héroes algunos, no faltaron también aventureros, aprovechados, delatores y criminales, amén de los inevitables agentes dobles, bien fuera por ideales políticos o solo al servicio del mejor postor. Salvo los que desempeñaron estrictas labores técnicas (por ejemplo, descifrado), los demás tenían en común su condición implacable: aunque sus fines fueran dispares y quizá defendibles, usaron de grado o por fuerza los medios menos confesables, incluyendo el robo, la extorsión e incluso el asesinato. Todo valía para la causa. No era poco lo que estaba en juego. Las circunstancias no eran aptas para pusilánimes.
Hastings no hace labor de investigación sino de recopilación y divulgación. Se basa en las grandes obras sobre el tema y en los mejores especialistas, como Stephen Budiansky, David Kahn y Christopher Andrew. Pretende dar una visión de conjunto, compensando con una mayor atención a los servicios secretos rusos el mayor desconocimiento que el público occidental tiene de ese campo. El lector español se encontrará así que, junto con nombres y siglas que le sonarán si es aficionado a la materia (el M16, el Abwehr, el NKVD, el Bletchley Park) aparecen otros muchos actores y servicios de los que muy probablemente nunca ha oído hablar, no porque desempeñaran una labor más secundaria sino porque se ha tendido a dar protagonismo a determinados casos aislados. En este sentido, por ejemplo, enfatiza Hastings, se magnifica a los famosos "cinco de Cambridge", desconociendo a los "quinientos de Washington y Berkeley, un pequeño ejército de izquierdistas" camuflados al servicio de la URSS.
Más allá de los nombres propios, hay dos cuestiones cruciales que el libro aborda pero no resuelve (no por insuficiencia sino porque son irresolubles). La primera, la esencia misma del espionaje como actividad inaprensible, de tintes tan sorprendentes por lo que sabemos (la punta del iceberg) que parecen propios de la fantasía más desaforada. Algunos episodios, confiesa Hastings, son increíbles por cómicos, ridículos o insensatos. La segunda, y en el fondo más trascendental, es la contribución real de los servicios de inteligencia al resultado final del conflicto. ¿Fueron decisivos? Hastings señala que la certidumbre en este campo es imposible pero se inclina -como la mayoría de los especialistas- por encuadrar y limitar su trascendencia. Advierte en este sentido que la mayor parte de las actividades de espionaje fueron... perfectamente inútiles. Y las que sirvieron, tuvieron por lo general, un alcance relativo.