Cynthia Ozick. Foto: Ric Kallaher

Traducción de Ernesto Montequín. Mardulce. Madrid/Buenos Aires, 2016. 426 páginas, 22€

Cada día padecemos el "mal aliento de la época", una expresión de Cynthia Ozick (Nueva York, 1928) aplicable al momento histórico actual. Las jugadas infantiles de los políticos acaparan los titulares de la prensa al tiempo que la cultura vive aprisionada, inútil, en su irrelevancia social. Este extraordinario ramillete de ensayos muestra que hay temas "más urgentes e importantes que otros" (pág. 183), un insulto al populismo cultural, pero sin duda un punto de arranque oportuno para iniciar la limpieza estacional de la casa de la cultura. La palmeta de Ozick sacude el polvo de la rutina mental, permitiéndonos reconocer que lo esencial sigue siendo el asunto principal de la vida y del arte. Así de sencillo.



Leer a Ozick supone entrar en contacto con una conciencia viva, que funciona, que se enfrenta con la vida, con la literatura, y lo hace con un verbo rico, sinuoso, ocurrente, porque sabe penetrar con sinceridad en los recovecos de su trayectoria humana, que es a la vez la literaria. Hay capítulos dedicados, entre otros, a Susan Sontag, a Henry James y a Kafka, que resultan antológicos. Confiesa cómo se entregó a sus obras para luego darse cuenta que esa entrega le enseñó lecciones distintas a las esperadas. En el caso de Henry James, apenas comenzada su lectura, siendo joven, se convirtió al jamesismo. Asumió lo que creyó era su lección principal: había que elegir entre vivir la vida con sus pasiones o vivir el arte. Y ella eligió la vida del arte, para terminar culpando al maestro de tal elección. Pero la que se había equivocado era ella, porque había tomado esa lección de un novelista maduro en plena juventud, es decir, en el momento equivocado. Vivir la vida del arte por el arte a una tierna edad, cuando uno carece de experiencias vitales, resulta un grave error. Si hubiera sido una mujer madura, entonces quizás. O quizás no.



Porque, como dice en el ensayo dedicado a Susan Sontag, "De la discordia y del deseo", el problema puede ser que uno aprecia en un escritor lo mismo que los aficionados al arte, que con frecuencia se equivocan. Sontag fue un icono de la revolución moderna, del arte experimental (precisamente lo más perecedero de su producción, fuera de sus ideas políticas, comunes dentro del progresismo norteamericano, que sigue siendo alabado por los mismos que han conseguido que la literaratura sea inútil). Lo más genial de Sontag, como Ozick describe, se encuentra en Contra la interpretación (1964), "su ferviente llamado a ver, oír, sentir significa que debemos estar preparados a para ver, para oír, para sentir todo cuanto se cruce en nuestro camino" (pág. 178).



Esta lectura hecha de vida (James), sentida a través de todos los sentidos (Sontag), se complementa con "la esperanza de racionalidad" (pág. 284) que debe guiar la existencia humana (Kafka). Estos son los puntos de llegada de Ozick, cuya riqueza conceptual es difícil de resumir en breves palabras. La primera parte del libro viene dedicada a una defensa del papel de la literatura en la cultura. Defiende el ensayo literario, los temas serios, la alta literatura. Y dice cosas tan agudas como la siguiente: "La novela, ese submarino hecho de palabras, piloteado por el presentimiento y la intuición, te sumergirá en la vorágine del corazón" (pág. 97). Que en la segunda parte del libro, como acabo de comentar, explicará en qué consiste.



El capítulo del que recién cité la definición de la novela se titula "El ruido en la cabeza". Y alude a la vida interior que ocurre en la mente del escritor, "enemiga de la muchedumbre, porque la vida de la muchedumbre apaga las murmuraciones de la mente" (pág. 96). Y por aquí llegamos a la idea expresada al comienzo, que hay ideas más importantes que otras, y que la cultura, la novela, por ejemplo, supone un espacio donde se permite una percepción superior de la vida, distinta de la superponderada comunicación, que suele ser como una pierna ortopédica que permite andar, aunque por ella no corre la sangre.



@GGullon