Carlos Fraenkel. Foto: Rayvan Al-Shawaf
Digamos para empezar que el principal mérito de Carlos Fraenkel (Berlín, 1971) es plantearse la pregunta de hasta qué punto la filosofía puede ser útil para su presente, ayudando a deshacer las tensiones originadas por las profundas divergencias ideológicas que surgen de la inevitable diversidad cultural y religiosa ligada a la globalización. Para ello el autor se vale de un instrumental que, en homenaje a Sócrates, podríamos definir como una "mayéutica de la tolerancia". Si la filosofía es parasitaria de su tiempo, ¿por qué no hacerla intervenir en él contaminándose con sus problemas aparentemente más irresolubles?Enseñar Platón en Palestina conduce al lector a diferentes enclaves en conflicto para mostrar cómo el instrumental filosófico clásico, la enseñanza a través del diálogo y la discusión, puede reblandecer prejuicios enquistados y generar una transformación subjetiva en los sujetos orientada a la comprensión de un punto de vista más tolerante respecto al otro. Como bien resalta Fraenkel, la matriz interrogativa socrática no puede entenderse tampoco al margen de un tiempo de crisis e incertidumbre, donde era necesario aprender con lo diferente.
En este proceso es importante entender que las "alturas" filosóficas no descienden a la realidad cotidiana. Al contrario: la chispa del saber surge del encuentro entre el presunto saber y el deseo de saber. La idea, pues, no es que la filosofía nos "ilustre" sobre lo que debemos pensar y hacer, sino permitir al mayor número de personas posible entrenarse en su práctica para propiciar una transformación. Este hilo rojo de la práctica es uno de los más interesantes del libro. Si bien la primera parte aparece como estudio etnográfico de diversas situaciones en conflicto, donde Fraenkel, como un tábano contemporáneo, "azuza" las inercias dogmáticas, pero también ejerce de mediador cultural o traductor de lenguajes aparentemente inconmensurables, es en la segunda donde plantea sus premisas teóricas falibilistas. Su presupuesto podría resumirse así: aunque nunca podemos tener la certeza de que lo que creemos es lo correcto, esto no ha de impedir que podamos afirmar la existencia de normas objetivas, en relación con las cuales podemos estar equivocados, y a las cuales podemos acercarnos para examinar críticamente nuestras creencias o valores.
No es mala receta esta invitación a la moderación de juicio, pero tras la lectura del libro uno tiene la sensación de que Fraenkel, a pesar de argumentar convincentemente, peca de idealismo y de un culturalismo que hace demasiadas veces abstracción de las condiciones materiales y económicas de existencia. No defiende la tesis de que sea suficiente esta "mayéutica cultural" para alterar el curso de los tiempos, pero ¿realmente cabe mantener que la fuerza del diálogo puede ser el motor básico de transformación social cuando aplicamos este modelo a mayorías sociales? Al menos, no dejemos de intentarlo.