Edward O. Wilson. Foto: Piotr Naskrecki
"Qué puedo hacer con las hormigas de mi cocina". Ante esta pregunta el biólogo contesta: "Sólo puedo responder con el corazón: vigila donde pisas, ve al tanto con sus débiles vidas. La miel, el atún y las migas de galleta les gustan mucho".E. O. Wilson (Birmingham, 1929), autor de El sentido de la existencia humana, es un experto mundial en hormigas y un enamorado de ellas. Retirado de Harvard, ha mantenido su estudio para reflexionar sobre una amplitud de temas, desde el medio ambiente a los pilares biológicos de la conducta y las raíces morales del ser humano. Pero su amor no le lleva a engaño. Las hormigas son "idiotas morales", asegura. Si se le pregunta qué nos pueden enseñar en el plano moral, responde: "Nada. Nada que nos pueda ser de ninguna ayuda".
Wilson ha escrito unos 20 libros y es ganador de innumerables premios internacionales. En su obra destacan títulos como Consilience: la unidad del conocimiento, Sociobiología: la nueva síntesis o Sobre la naturaleza humana. Acuñó el término "biodiversidad" y es uno de los impulsores del concepto de "eusocialidad", cualidad que une a los individuos en colectivos amplios que les trascienden, y que en etapas avanzadas consiguen un gran éxito ecológico. También defiende la idea de "selección multinivel", donde reúne tanto la selección individual donde hay competencia y cooperación entre individuos, como la selección grupal donde esta competencia y cooperación se da entre grupos.
El sentido de la existencia humana es su obra más filosófica. ¿Cómo se originó la humanidad y por qué nuestra especie reina en el planeta? ¿Tenemos un puesto especial en el cosmos? La clave radicaría en la progresiva aparición de la intencionalidad en los seres vivos, pero singularizada en el hombre, "en su habilidad de imaginar futuros posibles, de planificarlos y de escoger entre ellos".
Para intentar discernir el sentido de la vida extiende puentes entre la ciencia y las humanidades, lo que llama "consiliencia". Para Wilson es crucial unificar las dos ramas, pues aproximarse a las grandes cuestiones requieren un método sistemático y verificable. Aunque la ciencia no da lecciones morales, las moralejas son contradictorias y las hormigas pésimos ejemplos, la ciencia de la naturaleza sí tiene mucho que decir sobre el ser humano. Pero este enfoque, inaugurado por Darwin, no ha avanzado sin resistencias. El propio Wilson experimentó la hostilidad de los académicos y los ideólogos de la izquierda, tras publicar Sociobiología en 1975, incluída alguna tentativa de agresión física. Durante años se le atribuyó una visión mecanicista de la vida y una inclinación sospechosa hacia la predeterminación genética.E. O. Wilson persevera en la defensa de una visión científica del ser humano, capaz de reemplazar el papel tradicional de las religiones
Pero las críticas no le doblegaron ni lograron desalojarle de Harvard, y las ideas naturalistas de Wilson siguieron abriéndose camino en la ciencia posterior, no ya como "etología" o "sociobiología", sino como psicología evolucionista, nuevo paradigma psicológico propuesto por los científicos californianos John Tooby y Leda Cosmides.
El paso del tiempo sólo ha suavizado algo su perspectiva, llevándole de campos controvertidos a otros aparentemente más simpáticos, como la defensa del medio ambiente. Con todo, y aún rehuyendo definirse como "ateo" o "agnóstico", Wilson persevera en la robusta defensa de una visión científica del ser humano, y del sentido de la existencia, que últimamente considera capaz de reemplazar el papel tradicional de las religiones. A estas no reprocha la búsqueda de trascendencia o la afirmación de la singularidad humana, sino que detenten un monopolio del sentido.
Es revelador que en esta obra insista más en lo que nos diferencia de los otros animales que en lo que nos asemeja. Planea sobre ella un aire elegíaco, cargado de un cierto temor por el porvenir del planeta. La agudeza y el atrevimiento de sus libros anteriores ceden a una expresión más desvaída, quizás condicionada por la aprensión que provoca un futuro en el que la biología humana burle la selección natural. ¿Quizá esta intencionalidad que es la fuente del sentido de nuestra existencia originará una selección de carácter voluntario? Wilson teme el final de la Era Antropocénica porque lo que hay más allá, en sus propias palabras, es el Eremoceno, la Era de la Soledad.