José Corredor-Matheos. Foto: Tusquets

Tusquets. Barcelona, 2016. 541 páginas, 22€

Poeta y crítico de arte, José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan, 1929) ha desarrollado su labor en Barcelona y es un testigo activo de la no siempre fácil interacción de la realidad catalana y la española. Es éste uno de los motivos recurrentes en Corredor de fondo, sus recién publicadas memorias: la constatación de un creciente desencuentro, a despecho de los nexos existentes entre los dos ámbitos. A ello dedica Corredor-Matheos uno de los capítulos finales de su libro, en el que destaca no sólo los abundantes argumentos que la cerrazón centralista ha proporcionado a la conciencia de agravio de la que se alimenta el separatismo catalán, sino también la parte de culpa que éste tiene en el agravado desencuentro. Con su habitual mesura declara el autor que su situación es especial, "por mi nacimiento fuera de Cataluña, por comprender lo injusto de ciertas actitudes ante la lengua catalana (…) y por mi papel como traductor"; lo que no le impide declararse "solidario de los demás escritores que escriben aquí en castellano".



Valga lo dicho como ejemplo del tono mesurado con el que el autor recorre su tiempo. "Niño de la guerra" criado y educado en los duros años posteriores al conflicto, Corredor tuvo la suerte de acceder relativamente pronto a ambientes aperturistas que le posibilitaron una rápida toma de postura crítica ante la realidad, sin perder de vista el sentido práctico que aconsejaba actitudes posibilistas. "Compañero de viaje" del Partido Comunista y del PSUC, el autor no fue insensible al talante autoritario que podía aflorar también en esos ámbitos de oposición, y recuerda que incluso militantes comunistas tan destacados como Vázquez Montalbán o Alberti identificaban, entre sus conmilitones, a quienes "nos podría[n] fusilar a ti o a mí".



Estas memorias ganan altura cuando el autor da cuenta de su experiencia en los últimos años de la dictadura

Bajo esas premisas de tolerancia y comprensión, se entiende que los mejores capítulos de estas memorias sean aquellos en los que el autor acierta a insertar su andadura profesional y personal en el panorama general de la realidad catalana y española de su tiempo, e incluso a infundir a sus impresiones un cierto aliento "generacional". Así, en el capítulo "Visión fragmentaria de una generación"; o, más específicamente, en el titulado "Amigos, conocidos y saludados", en el que ofrece breves pero certeras impresiones de su trato con diversos artistas y escritores, desde el crítico de arte Rafael Santos Torroella a Ana María Matute.



Los recuerdos de Corredor-Matheos tienden luego a ramificarse para abordar distintas facetas de su discurrir profesional o sus intereses: el teatro, la pintura, el mundo editorial. En todos esos apartados abundan las caracterizaciones certeras -véase el relato que hace de las "imposiciones" de Tàpies, a quien el autor imputa responsabilidad en "algunas de las dificultades que han encontrado distintos miembros de [su] generación (…) para obtener reconocimiento internacional"-; pero es indudable que estas memorias ganan altura cuando el autor da cuenta de su experiencia en los últimos años de la dictadura y los albores de la democracia. Especialmente vívido es el relato de su relación con Alberti, a quien dedicó una pionera exposición-homenaje en Barcelona en 1970. También en este caso la proverbial contención del memorialista cede a la constatación amarga: "Los últimos años de Rafael Alberti fueron muy tristes para los que lo queríamos y tuve la impresión de que también para él mismo".



Son sólo algunos destellos de un libro que abunda en ellos y desprende una indudable impresión de credibilidad; y en el que llamativamente se echa de menos alguna clase de confidencia del autor sobre su destacada trayectoria poética. Pero ahí, claro está, también se ha hecho sentir su proverbial discreción.