Combinando texto e imagen, la obra de Frédéric Pajak (Suresnes, 1955) se define por explorar las posibilidades del ensayo con los recursos de la novela gráfica de un modo que busca experimentar en nuevos formatos la transmisión del pensamiento. He ahí su principal originalidad y atractivo.
Tras su estudio sobre Nietzsche y Pavese, La inmensa soledad, también publicado en Errata Naturae en 2015, Pajak nos regala ahora el primer volumen de su Manifiesto incierto en exquisita traducción de Regina López Muñoz. En esta ocasión el protagonista que aparece como alter ego del autor es Walter Benjamin, ese “soñador abismado en el paisaje” que le va a servir de hilo conductor para reflexionar sobre un tiempo, el nuestro, teñido de desencanto y de nuevo amenazado por inminentes neofascismos y repliegues xenófobos.
Apoyado en una escritura poética, pero nunca grandilocuente y una línea de dibujo tensa, pero sobria, Pajak se interesa aquí por esa creciente tensión existente entre la condición de apátrida y los procesos de involución en Europa. No es arbitrario que elija la figura de Benjamin. Lo que le interesa a Pajak es que, lejos de cualquier tipo de solución personal a la crisis del pasado siglo, el pensador alemán de origen judío arriesgó su seguridad intelectual y personal no por simple desconocimiento o ilusión voluntaria sobre las circunstancias, sino por motivos de lucidez. Fue un experimentador. Lejos de blindarse ante el malestar de su tiempo, su intención es explorarlo no ya en nombre de un individuo aislado de su sociedad, sino de “algo por venir”. En lugar de hacer de esta situación de necesidad un repliegue ensimismado, Benjamin se aprovecha de este callejón sin salida para abrir nuevas vías de comprensión, esto es, “resiste” para saber más, no cambia “sentimiento de absurdo por identidad”, como el fascismo, sino que intensifica su mirada crítica hacia los paisajes y los encuentros. Es justo esta mirada itinerante, nómada, la que cautiva al autor en estas páginas.
Evocando experiencias autobiográficas, Pajak sigue a ese nómada en esa “tierra de nadie” en la que se convirtió Europa en el siglo pasado. Por aquel entonces, el ligero equipaje del flâneur alemán era condición de no pocas reflexiones. Entre ellas, la de la herencia cultural en un mundo mecanizado, la relación entre tradición y progreso, las alteraciones perceptivas producidas por los paraísos artificiales y la reflexión sobre el lenguaje. Cronista de una generación incapaz de digerir los veloces ritmos de la información mediática, Benjamin diagnosticó el inusitado empobrecimiento de la tradición en el seno de las sociedades contemporáneas e invitó a adoptar, en línea con las vanguardias de su tiempo, otras gramáticas.
Embarcado en el sugerente proyecto de una nueva “política de la experiencia” frente al entumecimiento fascista, denunció cómo, paralelamente al advenimiento de las sociedades de masas y del paulatino empobrecimiento de la información en shock, la propia dimensión estética de la memoria era expulsada de la vida individual. Pajak, advertido así de la desintegración de ese tejido simbólico desde el que tradicionamente se vivía y transmitía la experiencia, recupera estas cuestiones para nuestro presente.
Sufriendo los embates de una intensa aunque noble pobreza -no en vano los habitantes de lbiza le pusieron el mote de “el miserable”- Benjamin fue también lo suficientemente “rico” como para legar a la posteridad las huellas de una profunda mirada a la existencia. Como afirmará recordando a Pascal en su escrito “El narrador”: “Nadie muere tan pobre como para no dejar algo”. Frédéric Pajak nos lo recuerda en esta bellísima obra.