Jorge Bustos

Ediciones Nobel. Oviedo, 2016. 289 páginas. 19 €

Tras un libro de reflexión política sobre las fábulas clásicas (La granja humana, Ariel), Jorge Bustos (Madrid, 1982), crítico literario y columnista de El Mundo, ha publicado un segundo libro de no ficción, El hígado de Prometeo, con el que quedó finalista del Premio Jovellanos de Ensayo. Reúne textos que trascienden la pieza periodística, entre la crítica cultural, el perfil histórico y el análisis sociológico y político: es este un Bustos al que, entre todos los Bustos posibles -y hay muchos-, conocen bien los lectores de esta revista.



De la desacomplejada defensa de la tradición occidental a la lúcida disección por entregas de la “levedad del ser” posmoderno, se manifiestan aquí los mil registros que Bustos maneja con una solvencia inhabitual entre los autores de su generación. Esto invalida, creo, cualquier intento crítico de homogeneizar a los “jóvenes escritores de la prensa” que lo incluya a él junto a ciertos autores costumbristas más o menos castizos.



En uno de los textos, el autor reivindica al “repóquer de ases del periodismo español” que forman Camba, Pla, Chaves Nogales, González Ruano y Wenceslao Fernández Flórez, aunque no creo que hoy Bustos se mire demasiado en ninguno de ellos. En sus ensayos y artículos deja ver que son modelos más vitales -de persistencia en una vocación, por ejemplo- que literarios. Desde sus comienzos, Bustos ha ido oscureciendo, hasta hacerlos desaparecer, ciertos rasgos, ideológicos y estilísticos, atribuibles a estos autores ya canónicos. Así la ironía ‘cambiana', que, como él mismo ha escrito en alguna ocasión, resulta estéril cuando es excesiva. Dicho esto, no hay duda de que la lectura de ciertos prosistas de la mejor tradición hispánica ha ido conformando su estilo, exigente y dúctil. Si a esto sumamos su sólida propuesta intelectual -de raíz centroeuropea-, nos encontramos ante una feliz rareza española.



El ensayo inicial enmarca el contenido del libro y apuntala esa unidad. Apoyado en las tesis de Steiner y Todorov, y en torno a la primera cuestión de la filosofía occidental del siglo XX (que no es otra que los orígenes del nazismo), Bustos reflexiona sobre la pervivencia de las humanidades: ese hígado de Prometeo que “muere y nace cada día, siempre amenazado y siempre reconstruido”. Hay un fondo optimista -una resistencia a la jeremiada apocalíptica- en la conclusión general, aunque es verdad que Bustos prefiere considerarse un pesimista a la manera de Savater, esto es, alguien que se conforma con que las cosas no vayan tan mal como temía.



@albertogordom