Fernando el Católico, por Domínguez Bécquer (1859)

Dykinson. Madrid, 2016. 400 páginas, 19 €

En el año 2016 se cumplió el medio milenio de la muerte del rey Fernando el Católico. En otros muchos países la desaparición de un personaje de importancia similar para la historia de la propia nación habría propiciado un amplio programa conmemorativo, pero entre nosotros la efeméride ha pasado prácticamente sin pena ni gloria, lo que muestra la profunda crisis que afecta a la idea y la realidad de España y el temor de quienes habrían de defenderlas a molestar a los contrarios.



Hubo, ciertamente, en 2015 una magnífica exposición en la Aljafería de Zaragoza, organizada por el anterior gobierno de Aragón y acompañada de un ciclo de conferencias que se repitió en la Real Academia de la Historia; y poco más. El desinterés ha afectado también al mundo editorial, lo que confiere una importancia adicional al libro de Miguel Ángel Ladero.



Poco hay que decir sobre la relevancia del autor, sin duda alguna -junto a su maestro Luis Suárez- el mayor de los medievalistas españoles vivos. Catedrático jubilado y académico de la Historia, cuenta con una obra extraordinaria por su amplitud y profundidad, en la que ha iluminado numerosos aspectos de la Castilla bajomedieval, con especial referencia al periodo final de tránsito entre la Edad Media y la Moderna, cuyo momento culminante coincide con el reinado de los Reyes Católicos. En esta ocasión se centra en la etapa más compleja del mismo, los años que transcurren entre el fallecimiento de Isabel (1504) y la desaparición de Fernando (1516), aunque en realidad extiende su análisis hasta la llegada de Carlos I en 1517.



El planteamiento del autor es esencialmente político, atento a la sucesión de coyunturas que marca dicho tipo de historia, en la que el análisis de una determinada cuestión no puede olvidar la frecuente interdependencia con otros asuntos o ámbitos de actuación. Aquellos años fueron además particularmente intensos, y de una forma especial en Castilla por las incertidumbres derivadas de la incapacidad de la nueva reina, Juana I, para hacerse cargo de la gobernación. La fortuna acabaría jugando en favor del monarca aragonés gracias a la inesperada desaparición de su yerno. No obstante, las cosas no habrían de ser tan fáciles como durante su gobernación conjunta con la reina Isabel, hecho que, unido a los retos variados de la política interna y las relaciones internacionales, puso a prueba las excepcionales condiciones de Fernando como gobernante. Tal es el entramado del libro, en que el análisis detallado de las diversas coyunturas permite ver las múltiples opciones que se plantearon en cada momento, algunas de ellas muy distintas a las que habrían de hacerse realidad.



Ladero nos muestra un personaje claramente consciente de la importancia de la obra realizada en los años del reinado conjunto y la necesidad de mantenerla y completarla, como habría de suceder con la incorporación de Navarra o la de Mazalquivir y Orán en el norte de África. Queda la duda de qué hubiera ocurrido en caso de haber tenido sucesión con su segunda esposa, Germana de Foix, cuyo matrimonio (1505) fue en buena medida una respuesta a la difícil situación internacional en que le dejaba el tratado de Blois entre los Habsburgo y el rey francés Luis XII. No obstante, en 1513 y pese a los deseos de maternidad de la reina, el monarca se opuso claramente a la propuesta del emperador Maximiliano de que dejase Aragón al segundo nieto de ambos, Fernando, afirmando que ninguno de los reinos de España e Italia se debía desmembrar; una postura dolorosa, dado el amor que profesaba al hermano pequeño, criado junto a él a diferencia del mayor, Carlos, a quien no conocía.



Fernando el Católico, a quien muchos documentos se referían ya entonces como "el rey de España", tuvo -afirma Ladero- "una idea precisa de España como nación histórica dentro de Europa y patria de todos los que habitaban en ella, más allá de sus particulares naturalezas regnícolas".