Stanley Milgram

Traducción de Santiago Moreno. Capitán Swing. Madrid, 2016. 181 páginas. 14,90 €

Hace más de medio siglo que el estadounidense Stanley Milgram (1933-1984) dirigió en la universidad de Yale uno de los más famosos experimentos de la psicología social. Las conclusiones se publicaron en una revista especializada en 1963 y fueron resumidas en un libro de 1974 que hace poco ha sido reeditado en español. Pocos experimentos llevados a cabo en un laboratorio de psicología han causado tanta conmoción y han traspasado las a menudo impenetrables fronteras académicas. Aparentemente, sus resultados mostraron que las personas "normales" de ambos sexos, de todas las edades, profesiones, ideologías y clases sociales, eran capaces de comportarse de forma cruel siempre que siguieran dócilmente las instrucciones de un experimentador perseverante.



El experimento era sencillo e ingenioso y sólo requería el concurso de tres personas: un experimentador de la universidad, un "maestro" voluntario -reclutado a través de un anuncio público- y un "alumno" cómplice del experimentador. Al "maestro" se le solicitaba la aplicación de una serie de descargas eléctricas, que podrían ser "dolorosas en extremo", cuando el "alumno" -que era un actor- fracasaba en alguna de las tareas asignadas. El propósito del experimento consistía en averiguar el umbral de la obediencia en una muestra de sujetos voluntarios. ¿Hasta qué punto son capaces las personas normales y corrientes de torturar a un extraño que acaban de conocer?



No todos los sujetos resultaron ser obedientes sin límite. Una minoría significativa, alrededor del 35%, se negó a administrar las descargas más altas, tanto en el experimento original como en réplicas posteriores, no importa cuánto insistiera el experimentador. Y podría haber algo más que diferencias psicológicas individuales. Las diferencias culturales también podrían ser un factor a tener en cuenta. Aunque Milgram no encontró diferencias estadísticas significativas entre sujetos alemanes y estadounidenses -en contra de sus propias expectativas-, cuando otros investigadores replicaron el experimento fuera de las universidades europeas, aparecieron diferencias interesantes. Si en las muestras occidentales sólo el 1'4% de los sujetos escogieron administrar voluntariamente las descargas eléctricas más fuertes, en un estudio llevado a cabo por dos investigadores jordanos en 1978 se encontró que lo hicieron el 12'5% de los 48 participantes.



Aunque Stanley Milgram era consciente de la problemática "conexión" directa entre lo que pasaba en un laboratorio y acontecimientos de crueldad histórica como el Holocausto, lo cierto es que el experimento se convirtió rápidamente en una referencia cultural del siglo XX -y lo que llevamos del XXI-, casi un sustituto secular de las parábolas bíblicas y los relatos mitológicos moralizantes en la era de la ciencia y la técnica triunfante. Desde los años setenta la obra de Milgram se ha venido empleando sucesivamente para criticar y explicar la conducta de los genocidas nazis, la guerra del Vietnam, el famoso juicio de Patty Hearst o, más recientemente, las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib.



En la época en que Milgram dirigió sus experimentos la violencia política parecía el problema más grave que enfrentaba la civilización, y sus conclusiones proporcionaban una explicación consistente de la violencia individual, entendida en su esencia como una patología agravada por el "autoritarismo" del estado y por la tendencia irracional de los individuos a obedecer órdenes injustas. Lo cierto es que esta interpretación encajaba bien en el traumatizado zeitgeist liberal de la guerra fría.



¿Se parece la conducta de la mayoría de los hombres al Eichmann descrito por Hannah Arendt como un "pobre burócrata" que sólo sigue órdenes? Contra esta lectura rápida y atractiva, el propio experimento mostró que no todos los individuos estaban tan dispuestos a obedecer órdenes arbitrarias. Por otra parte, la obediencia irracional a la autoridad sigue sin ser la única explicación. El propio Milgram consideró la hipótesis de que los participantes accedieran a administrar dolor simplemente porque el experimento les dispensaba una oportunidad única para ser "sádicos y brutales".



Independientemente de qué interpretación sea la más completa, el libro editado ahora en español representa una buena oportunidad para pasar revista a uno de los experimentos más originales y fructíferos de la ciencia psicológica, cuyas conclusiones aún son robustas, y que no deja de ser un referente de la cultura científica más influyente de nuestro tiempo.