Jean-Yves Jouannais
Hasta el siglo XX, las guerras no terminaban con la destrucción total del enemigo; esta fue una de las novedades funestas de la Segunda Guerra Mundial, en la que la rendición alemana vino precedida de un estrepitoso hundimiento de tintes wagnerianos. No obstante, esta ley viene teniendo excepciones desde la destrucción de Ebla -tres milenios antes de nuestra era- por parte de Naram-Sin, conquistador de Mesopotamia. O al menos ahí arranca Jean-Yves Jouannais (Montluçon, 1964) su serie de perfiles históricos recogidos en El uso de las ruinas, un libro tan extraño como fascinante.Jouannais, crítico de arte y ensayista, reconoce en el prólogo la influencia de Vila-Matas y Sebald. No es un historiador; su punto de vista es siempre estético. No cuenta batallas, sino que toma un protagonista (vencedor, vencido o simple testigo) y, a menudo desde la anécdota, reconstruye la historia de una ciudad vencida. El libro nace de la obsesión del autor con el borrado brutal, repentino, de núcleos urbanos en guerra; se advierte cierto climax en la historia de Vauquois, una aldea de Lorena que en 1918, tras cuatro años y dos días de batalla ininterrumpida, había quedado literalmente volatilizada por las explosiones, reducida a una colina pelada sin ruinas ni escombros.
Hay un origen visual en los relatos: una fotografía, una descripción literaria, un escenario imaginado dispuesto con verosimilitud para el lector. Un ejemplo: los miles de papeles de aluminio con que los aliados despistaban a los radares alemanes durante los bombardeos sobre la población civil. Esto provocaba que a la mañana siguiente el paisaje apareciera cubierto de miles de tiras de plata que despedían bellos reflejos de colores. Nadie, salvo Victor Kemplerer, tomó nota de este falso fenómeno metereológico, sobre todo apreciable en primavera y verano. He aquí el tipo de historia que elegirá contar Jouannais.