Plataforma. Barcelona, 2017. 260 páginas. 18€

Hay quien dice que el siglo XX comenzó con el fin de la Primera Guerra Mundial y la disolución de los imperios, y que termina más o menos ahora, con el auge de los populismos y el repliegue a las lógicas nacionalistas ante el inminente fracaso de proyectos supranacionales como la Unión Europea. El arco temporal elegido por Francisco García Lorenzana (Giengen, Alemania, 1966) para su recopilación de grandes discursos (1916-2016) se suma a esta cronología: arranca con la declaración de independencia de los pueblos árabes del Imperio Otomano, pronunciada en 1916 por Hussein ibn Alí, emir de La Meca, y se cierra con la contudente filípica antitrump que la actriz Meryl Streep pronunció en la última gala de los Globos de Oro.



Desde Pericles, no hay político que haya renunciado por completo a la oratoria. Un orador brillante ha sido Obama, pero también lo fue Hitler, aunque la comparación pueda resultar grotesca. Cien años de grandes discursos enfrenta a estos y otros grandes oradores. Sirve para entrar en el laboratorio del historiador: nos da, en bruto, una parte de aquello con lo que el analista trabaja. No explica por qué los alemanes votaron a Hitler -sus discursos son increíblemente simples-, ni por qué los estadounidenses votaron a Trump -se podría decir en ese aspecto lo mismo-, ni por qué la oratoria de Castro -grandilocuente, morosa- ha sido tan celebrada. Las piezas literarias sobresalientes, como las de Churchill, mantienen su vigor y son capaces de conmovernos todavía hoy. España aporta tres discursos de extraordinaria importancia: dos del rey (23-F y abdicación) y uno de Suárez: son los hitos de nuestra segunda mitad de siglo XX.



Un discurso eficaz es, sobre todo en épocas de sensibilidad exacerbada, una victoria de la forma sobre el fondo. En tiempos de zozobra predominan los discursos encendidos y las ideas suelen ser las primeras damnificadas. El estilo agresivo, sentencioso, es marca de la primera mitad del siglo XX; en la segunda mitad, pese a la Guerra Fría, los discursos fueron, con notables excepciones como Thatcher - con esas arengas antisoviéticas con que apuntaló el Nuevo Liberalismo-, más sosegados y conciliadores. Hasta Helmut Kohl parecía ir con el freno puesto en su histórico discurso por la reunificación alemana. Salvo contadas -y conocidas- excepciones, ese es el tono que prevalece hoy.