Stephon Alexander

Traducción de Ambrosio García Leal. Tusquets. Barcelona, 2017. 288 páginas. 19€, Ebook: 12'99€

"Si la estructura del universo es el resultado de un compás de vibración, ¿qué origina esta vibración?", se pregunta el físico y músico Stephon Alexander (Trinidad y Tobago, 1971) en su nuevo libro, El jazz de la física. Asimismo, se pregunta si la vibración significa que el universo "se comporta como un instrumento musical".



En los capítulos más absorbentes, el autor se aventura hasta el extremo más lejano de la vanguardia de la cosmología actual para argumentar convincentemente que, en el meollo de la estructura física que nos rodea -desde una partícula ínfima de materia hasta los mayores cúmulos de galaxias-, hay vibración y resonancia.



Alexander, que es profesor de Física en el Darmouth College, y que lleva toda su vida estudiando jazz, se ha propuesto "el reto de descubrir el isomorfismo entre el jazz y la cosmología". Establecer esta analogía es una perspectiva fascinante y una tarea monumental. Aunque Alexander no consigue poner de manifiesto la conexión profunda entre el jazz y la física, o demostrar que ambos comparten una forma común, la información que ofrece sobre el estado de la investigación de la estructura y la historia del universo -su campo de estudio académico- constituye una lectura fascinante, y lo mismo ocurre con la historia de su vida.



Hijo de trabajadores emigrantes llegados a Nueva York desde Trinidad, en su infancia fue considerado un niño "lento". Sin embargo, se aferró a una inspiración cuya chispa saltó durante una excursión escolar al Museo Americano de Historia Natural cuando él tenía ocho años, en la que vio una fotografía de Albert Einstein posando delante de una pared cubierta de ecuaciones, y ya no la soltó. Superando obstáculos considerables, siguió avanzando hasta doctorarse en Física -cuenta que, en aquella época, era uno de los tres únicos doctorandos negros en Ciencias Físicas de Estados Unidos-, y acabó accediendo al puesto de profesor asociado de Física y Astronomía de Darmouth. Al mismo tiempo, siguió cultivando su pasión por el saxo y la improvisación jazzísticos.



Algunas de las analogías que hace con el jazz parecen lógicas. En un capítulo dedicado a la física cuántica, compara la concepción de Richard Feynman del movimiento de una partícula cuántica con la manera en que un improvisador de jazz persigue una nota determinada durante un solo. En ambos casos, afirma, se toman en consideración todas las posibles rutas hasta el destino antes de decidirse por una.



Más adelante, en un club de jazz, el saxofonista Mark Turner le dice: "Cuando me encuentro en pleno solo, cada vez que tengo la completa seguridad de cuál es la siguiente nota que tengo que tocar, se me abren más posibilidades para las notas sucesivas". En opinión de Alexander, es lo mismo que ocurre con el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, que afirma que cuanto más se sabe de la posición de una partícula cuántica, menos se puede saber a dónde se dirige.



Aunque Alexander no logra poner de manifiesto la conexión entre el jazz y la física, su información sobre la investigación de la estructura es fascinante

"La ciencia no necesita la mística, y la mística no necesita la ciencia, pero el ser humano necesita las dos", afirmaba Fritjof Capra en El tao de la física, su éxito de ventas de 1975 que indaga las similitudes entre la física cuántica y la mística oriental. La cuestión que se puede plantear tanto a este libro como a El jazz de la física es si cada una de las materias arroja luz sobre la otra; si el resultado de la analogía es algo más que la suma de las partes. ¿Entendemos un poco mejor los diagramas de Feynman o el Principio de Incertidumbre por haberlos visto a través del prisma de la improvisación? O bien, ¿entendemos mejor el jazz por haberlo comparado con la física cuántica? La verdad es que no totalmente.



Y estas son las analogías que mejor funcionan. Otras resultan forzadas, como la idea de Alexander de que John Coltrane, "increíblemente, percibió con acierto que la expansión cósmica es una forma de antigravedad", basada en los títulos que el músico eligió para los álbumes de su último periodo, entre ellos Música cósmica y Regiones estelares.



En el fondo, da la sensación de que, con el libro, el autor intenta entender cómo su pasión por la física y su pasión por el jazz pueden coexistir con tanta intensidad. También evidencia que reflexionar profundamente sobre música le ha ayudado a pensar con libertad y lo ha llevado a realizar algunos de sus mejores estudios académicos. Pero la conexión es, sobre todo, personal.



Alexander nos conduce con valor, y laboriosamente, a través de la historia de la física, desde Pitágoras hasta Einstein. Pero es en los capítulos finales, al explorar la primera línea de la investigación en la materia, cuando su libro realmente cobra vida, aunque no tenga demasiado ver con el jazz.



Con todo, al lector le queda la sensación de que algunos conceptos básicos se han explicado quizça en exceso, mientras que otros, seductores y especulativos -como el giro hacia la derecha o hacia la izquierda de las ondas gravitacionales, que, según Alexander, interactúan de manera diferente con la materia y con la antimateria, y podrían explicar la aparición de la primera en el universo primitivo- solo se tratan de paso.



El arte de la analogía es difícil, en especial cuando se practica a lo largo de todo un libro. En los juegos malabares, si la trayectoria de las bolas, desde que se lanzan hasta que se atrapan, es impecable, su entrecruzamiento en el aire puede producir un efecto mágico. Pero basta una torpeza con una de ellas para que todo el espectáculo se resienta. Y desgraciadamente Alexander comete algunas. Cuando habla de música, se aprecian algunos errores: si una cuerda afinada en do "se divide a una cuarta parte de su longitud, obtenemos la nota fa", afirma, cuando, en realidad, lo que obtendríamos sería un do dos octavas más agudo.



Teniendo en cuenta la aptitud de Stephon Alexander para la ciencia, sorprende que sea precisamente en los aspectos técnicos de la música donde tropiece. Sus ideas musicales más poéticas pueden ser poderosas, como su espléndida suposición de que "la razón por la cual la música es capaz de conmovernos tan profundamente es que es una alusión auditiva a nuestra conexión esencial con el universo". La idea no solo parece verdadera; también es la razón de vivir de los músicos.