Siri Hustvedt

Traducción de Aurora Echevarría. Seix Barral, 2017. 446 páginas, 21'50€, Ebook: 11'99€

Para Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) el asunto de la condición humana solo puede analizarse desde la interdisciplinariedad; esta colección de artículos pretende ser "una pasarela provisional e inestable" entre ciencia y arte: psicoanálisis, teoría literaria, neurobiología, historia del arte, feminismo o psicología colaboran para construir conocimiento. Sus ensayos luchan contra el despotismo rígido e impersonal de la verdad científica en tercera persona y abogan por el uso de la primera persona, un yo que sólo concibe el saber desde una perspectiva intersubjetiva, interpersonal y dialógica.



La escritura de Hustvedt está atravesada por la reflexión acerca de la recepción artística, de la actividad literaria y de la autoconciencia; se adentra en el territorio del tiempo, la memoria, la imaginación y el lenguaje; el cuerpo es el locus del yo, pero también un espacio ético y estético desde el que se accede a lo otro. Desde ese lugar, la autora imbrica humanismo y ciencia, y acierta: destaca como divulgadora científica espectacular y emocionante. Describe el suicidio como un drama relacional insoportable, como la reacción desesperada de un yo incapaz de resolver sus problemas de apego y reconocimiento: el hombre anónimo, Virginia Woolf o Pavese mueren por y para el otro, en un último acto comunicativo radical y terrible.



Su lucidez es asimismo apabullante cuando reflexiona acerca de cómo las experiencias psicológicas subjetivas son capaces de encarnarse y manifestarse físicamente; impresiona el caso de unas refugiadas camboyanas que se quedaron ciegas como consecuencia de haber vivido en primera persona las atrocidades de la guerra.



Con todo, hay dos Hustvedt que me gustan menos. La primera abusa de referencias bibliográficas y de autoridad; elabora discursos dentro de discursos y el lector se despista y pierde el hilo o peor, deja de interesarse; como si una escritura errática fuera metiendo al lector en muñecas rusas cada vez más pequeñas. He sentido culpa por pensar así, pero la propia Hustvedt me ha liberado cuando dice: "agradezco esos mundos dentro de mundos dentro de mundos". Excesivos mundos para mí, aunque celebro su esfuerzo brutal por vincular distintos saberes.



La Hustvedt teórica del feminismo chirría a veces: señala con acierto las desigualdades que entre hombres y mujeres se producen en el espacio público; también es afilada en el análisis de cómo las categorías socialmente asumidas de lo masculino y lo femenino perpetúan la invisibilidad de las mujeres en el espacio público y naturalizan su posición subalterna. Sin embargo, la autora no es capaz de salirse de esos mismos esquemas patriarcales que denuncia, ni se atreve a proponer análisis alternativos acerca de qué significa ser, actuar y escribir como mujer o como hombre. Su feminismo, en suma, no sirve para romper el discurso hegemónico. En algún momento, incluso, llega a disculpar el comportamiento machista: si se hubiesen visto silenciando a esa mujer, dice, se habrían arrepentido; algo así como un "perdónalos porque no saben lo que hacen". Yo tengo mis reservas. Hay todavía otro pero al feminismo de Hustvedt: para ella, el éxito de Cincuenta sombras de Grey prueba que "millones de mujeres heterosexuales de clase media disfrutan de la pornografía con inclinación sadomasoquista". ¿En serio? ¿Ningún comentario acerca de los deseos manufacturados por el neoliberalismo salvaje? ¿nada que decir sobre los productos falsamente feministas, sección precocinados, que el mercado ofrece?



En todo caso, Hustvedt lo consigue: escribe para interrogar al yo, que siempre es otro y que ahora soy yo.