Una calle de Alepo después de un bombardeo de Asad, en 2014
La guerra civil siria, que se ha prolongado ya seis años, es el conflicto más sangriento que el mundo ha sufrido en la última década y, sin embargo, su impacto en nuestras conciencias ha sido limitado. Sólo las tragedias ligadas a la llegada masiva de refugiados a partir de 2015 sacudieron por un momento nuestra tranquilidad y todavía cuelga en el Ayuntamiento de Madrid un ya patético mensaje de bienvenida a unos refugiados a los que nunca acogeremos.Pero en la mayoría de las ciudades europeas no ha habido manifestaciones masivas de protesta contra las atrocidades de Bashar al Asad y su régimen, en el que muchos ven un mal menor frente a un eventual triunfo islamista, mientras que en la izquierda radical no faltan quienes siguen viéndolo como una fuerza anti imperialista. Una ceguera que denuncian Robin Yassin-Kassab y Leila al Shami, dos sirio-británicos que conocen bien el tema, escriben desde la izquierda y expresan su solidaridad con el movimiento que impulsó una revolución en sus inicios pacífica y democrática.
Robin Yassin-Kassab, nacido en Londres, colabora en The Guardian, Foreign Policy o Al Jazeera, mientras que Leila al Shami, activista y bloguera, está muy implicada en la democratización de los países árabes. Su libro es una obra maestra del periodismo, que permite profundizar en la comprensión de un conflicto muy complejo a través de una escritura que lo narra desde abajo, con testimonios de activistas de base en cuyas esperanzas y tragedias e lector se siente forzado a implicarse.
Tras una breve introducción sobre la historia siria, el libro ofrece una visión de lo que era la vida bajo el régimen de los Assad, en el que la mentira era obligatoria y los padres hablaban bien del dictador ante sus hijos, para evitar que estos pudieran hacer comentarios imprudentes en el colegio. El ejemplo de lo ocurrido en Túnez y Egipto impulsó en 2011 las primeras protestas en la calle, en un contexto de escasez de alimentos, dificultades económicas y resentimiento contra un régimen que insultaba la dignidad de los ciudadanos.
Inicialmente los manifestantes eran pocos, pero paradójicamente lo que dio impulso a las protestas fue la extrema brutalidad de la represión. Se entró así en una espiral en la que los disparos contra los manifestantes y las torturas generaban una mayor oposición al régimen hasta que la inicial voluntad pacífica de quienes defendían su dignidad dio paso a la insurrección armada, facilitada por las deser-ciones en el ejército y la instrucción militar que reciben todos los varones sirios.
La responsabilidad fundamental de Asad en el desencadenamiento de la guerra civil, ampliamente documentada por Yassin-Kassab y al Shami, resulta indiscutible y los medios que ha empleado en la guerra contra su propio pueblo, desde el sitio por hambre de enclaves liberados hasta los helicópteros que lanzan barriles explosivos sobre la población civil, son incompatibles con el derecho internacional humanitario.
El régimen atizó además el odio sectario, jugando con el temor de alauíes y cristianos a unos rebeldes que el régimen presentaba como yihadistas, aunque inicialmente no lo eran. Sin embargo, el trauma colectivo que llevó a muchos a refugiarse en la identidad religiosa y la radicalización inherente a todo conflicto favorecieron el auge de los islamistas, incluida su franja más fanática, la del Frente al Nusra, ligado a Al Qaeda, y el Estado Islámico, que implantó en las áreas conquistadas una nueva y brutal tiranía.
Yassin-Kassab y al Shami culpan en parte de lo ocurrido a la actitud de Occidente, que no apoyó el cambio de régimen a pesar de sus atrocidades. La alternativa, que habría implicado como mínimo proporcionar armamento suficiente y apoyo aéreo a los rebeldes, tenía sin embargo más riesgos de lo que parecen creer los autores de este excelente libro.