Shirin Ebadi. Foto: LA Times
El acuerdo nuclear con Irán se ha alcanzado y las sanciones se han levantado. En las recientes elecciones legislativas del país, los reformistas obtuvieron más escaños. Visto desde el exterior se diría que Irán está a punto de dar un giro. Sin embargo, sigue siendo un país en el que quienes dicen lo que no deben se arriesgan a que los manden a prisión, donde a las mujeres no les está permitido trabajar ni tener pasaporte sin permiso de su marido, y en el que la acusación de "insulto a la santidad" por haber escrito poesía puede ser castigada con latigazos en público.A través de un poderoso y profundamente inquietante relato de su labor como abogada, Hasta que seamos libres, de Shiri Ebadi (Hamadán, 1947), da pocos motivos para esperar que los iraníes vayan a tener pronto más derechos. Antes bien, su escalofriante descripción de la manera en que el país trata a sus ciudadanos -incluida ella misma, Nobel de la Paz- alimenta el temor de muchos de ellos, según el cual cabe la posibilidad de que, precisamente debido al tratado nuclear, los líderes religiosos piensen que tienen que tratar a su pueblo con más mano dura con el fin de reafirmar su poder y demostrar su autonomía.
Después de la revolución de 1979, a la hoy exjuez Ebadi (la primera mujer en ejercer ese cargo en Irán) se la consideró demasiado "voluble, irresoluta e incapaz" para dictar sentencias judiciales por el hecho de ser mujer. Sin embargo, a diferencia de los iraníes que emigraron en las siguientes décadas, ella estimó necesario quedarse.
Armada con su conocimiento tanto de la ley islámica como del derecho civil, se hizo cargo de los casos de perseguidos y declaró una guerra de trincheras dentro del decadente y corrupto sistema legal iraní. A veces solo podía ofrecer "palabras y té" a sus clientes y sus familias, como en el caso de los padres de un bloguero de cuya misteriosa muerte se dictaminó que había sido un suicidio, o en el de la esposa de un periodista que se está dejando morir de hambre en la cárcel.
Después de que Ebadi recibiese el Nobel en 2003, los servicios secretos de Irán multiplicaron su ilimitadamente creativa batería de intimidaciones. La vigilaron, la detuvieron y la amenazaron. La organización pro derechos humanos que fundó con el dinero del Nobel fue registrada y clausurada. Su casa sufrió el ataque de una multitud. Sus compañeros y los miembros de su equipo abandonaron sus puestos, tuvieron que esconderse o acabaron en la cárcel.
Aun así, esto no es más que un preludio de la crueldad a la que fue sometida más adelante, en su "segunda vida". Después de permanecer en el Irán posrevolucionario durante tres décadas, en la época de las protestas estudiantiles y de su violenta disolución en 2009, Ebadi decidió no volver de un viaje al extranjero al enterarse de que hacía tiempo que figuraba en una lista oficial de personas a las que había que asesinar.
Con el telón de fondo de su lucha intensa y afligida por su país desde el exilio, la segunda parte del libro describe un buen número de interesantes contradicciones entre los líderes religiosos y sus bases, sus luchas internas y la peligrosa paranoia que impregna Irán. La autora sitúa en contexto la intervención iraní en la guerra civil siria argumentando que el objetivo del Gobierno no es solo fomentar sus intereses, sino que también se propone demostrar a su propia población que un levantamiento popular en el país sería aplastado sin piedad.
Su terrible historia personal, que se deja entrever a través de su estilo sobrio y cuidadoso, habla del coste humano casi inconcebible de la batalla de una persona contra un enemigo mucho más fuerte y muy sofisticado. La República Islámica acabó encontrando una nueva forma de llegar a Ebadi en el exilio poniendo en su punto de mira a la familia de la autora que se había quedado en el país. Que se lleven a tu hermana en medio de la noche y la encarcelen, o sufrir la humillación de la traición de un marido lejano que ha perdido la dignidad son degradaciones que caen como latigazos en el alma.
Aunque su autobiografía hace hincapié en que en Irán tendrá que producirse un cambio paulatino desde dentro, también es una demostración de los asombrosos resultados de su lucha no violenta en representación de aquellos que, con valor y a un precio altísimo, siguen empeñados en defender los derechos básicos.