Peter Watson. Foto: Bert Hulsemans

Traducción de Joan Lluis Riera. Crítica. Barcelona, 2017. 544 páginas, 27,90 €

La finalidad que congregaba a los participantes en las reuniones de la Sociedad Mudfog para el Avance de Todo era la "difusión" de la ciencia. Con ella, Dickens se refería a sus opíparos festines finales. Es posible que los lectores de Convergencias tengan la sensación de encontrarse en uno de los banquetes de Mudfog, ya que lo que salva al bufé de Watson es la cantidad de platos que sirve, y no su alimento.



Según el autor, no solo es que "todo" esté progresando; es que ha ido confluyendo a un ritmo cada vez mas rápido desde que, alrededor de 1850, se descubrieran "las que se pueden calificar de las dos mayores teorías unificadoras de todos los tiempos": la de la conservación de la energía y la de la evolución por selección natural. Más adelante, Watson les suma la teoría celular y la electromagnética de la luz. En el siglo XX, continúa, armada con la teoría cuántica del átomo, la física conquistó la química, la cual, al engendrar la bioquímica y la biología molecular, se ha propagado por las ciencias de la vida y se ha convertido en su fundamento. Contando con la biología, actualmente la ciencia está sometiendo a la etología, la psicología y la lingüística a los dictados de esta, y está extendiendo sus conexiones a la prehistoria, la mitología y la religión. Podemos esperar la aparición de una física social, así como la toma del arte, la cultura y la política. Todo ello será positivo. Watson se ve a sí mismo como el cronista de la historia del universo, "la más importante que imaginarse pueda".



El aparente dominio del autor de los ingredientes y las recetas de las ciencias es capaz de dejar boquiabierto a un lector corriente acostumbrado a las obras escritas por mortales. Lo que va a dejar boquiabierto al entendido es la seguridad con que Watson expone sus teorías. Es notable el lío que se hace Watson con la física de partículas, pero cabe dentro de lo esperable, ya que, como él mismo reconoce, el tema es difícil. Ahora bien, nada excusa que se defina el Proyecto Manhattan como "una sesión de estudio extraordinaria de un grupo de físicos teóricos… convocados en Berkeley", que se trasladen las instalaciones de Oak Ridge a Los Álamos, que se confunda a John Herschel con su padre, etc.



La razón principal por la que Watson ha podido reunir un material tan diverso es que ha llevado a su máxima expresión el arte del epítome propio del periodista. Con o sin rigor, sabe reducir un libro a una o dos frases llamativas y un artículo a una cita retórica. Cuando él mismo ha leído el material original, es capaz de hacer un trabajo excelente con él; pero en los campos en los que le ha faltado el tiempo o el talento, se basa en las fuentes secundarias, y no siempre en las mejores. Además, el merecido sobresaliente del autor cuando se trata de sintetizar apenas compensa los errores que comete.



¿Es importante que una parte -una buena parte, quizá- del material del autor no sea fiable? Si uno cree, como él, que las ciencias son convergentes -lo cual suele querer decir que todo lo reduce a la física- no hay por qué preocuparse. En sus libros se pueden encontrar introducciones a variados repertorios de temas que la mayor parte de la gente desconoce por completo, así como generalizaciones pasmosas, como que "los seres humanos son una amalgama de biología y matemáticas".



A los historiadores y otros escépticos, los errores de Watson les importan, y mucho. Saben que la ciencia, como todas las actividades humanas, se ha constituido a base de numerosas contingencias. No cabe duda de que la manera en que se ha desarrollado nos ha proporcionado un extraordinario control sobre nuestro entorno, en muchos casos para nuestro beneficio y perfeccionamiento. Sin embargo, este control no es producto de la convergencia, sino de la especialización; del hecho de que sepamos cada vez más sobre cada vez menos cosas. Esto no significa que los relatos que hacemos para relacionar estos conocimientos demuestren la convergencia en una Ciencia única. Para volver a la metáfora del principio, la razón última de lo que a Watson le parece una convergencia de las ciencias es que, en su forma actual, todas intentan avanzar aplicando instrumentos cada vez más precisos y matemáticas cada vez más sólidas a experimentos construidos artificialmente.



El físico Steven Weinberg -que cree, o creía, en la inminencia de la creación de una Teoría del Todo, aunque, en los últimos tiempos, ha expresado sus dudas sobre varios aspectos fundamentales de la mecánica cuántica-, ideó una metáfora para responder a los historiadores que, basándose en el azar de los descubrimientos científicos, sostienen que, hasta cierto punto, las teorías son constructos sociales. Los alpinistas pueden intentar muchas vías, dice la metáfora; pueden ir de un lado a otro (el método tradicional de adquirir conocimiento), trepar y resbalar en su ascenso. Pero, si llegan a la cima, nadie pone en duda que la hayan alcanzado. La metáfora se puede elaborar todavía más: el éxito del ascenso no elimina la contingencia en la elección de la montaña. Es posible que la observación de Ernst Mach, según la cual la única razón de que los físicos hayan basado su conocimiento en la mecánica, y no en la termodinámica o en la acústica, es que los seres humanos han cazado y guerreado lanzando objetos, contenga algo de verdad.



Actualmente, la cima a la que estamos ascendiendo está oculta por la materia oscura, que los físicos han postulado para salvar la teoría establecida. Aunque tiene que contener ocho o nueve veces la masa de toda la materia del universo a partir de la cual se pueden formar las montañas, no parece que los físicos sepan mucho más de ella de lo que han tenido que dar por sentado. A lo mejor estamos escalando la montaña equivocada. Tal vez el relato de Watson, por más que esté narrado con todo el talento posible, no puede converger. Y aun así, a lo mejor puede. Los científicos y los contribuyentes han invertido tanto esfuerzo intelectual, tanta emoción y tanto dinero en ir en pos de las generalizaciones que, desde el punto de vista del autor, ponen a las ciencias en la senda de la convergencia, que, incluso si nuestra montaña de la Ciencia no fuese más que un montículo, seguramente no habría vuelta atrás. En este sentido pickwickiano, es posible que las ciencias humanas y naturales se dirijan renqueando hacia la convergencia. Y eso no sería motivo de alegría.



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