Imagen de una manifestación en las calles de Atenas. Foto: Archivo

Seix Barral. Barcelona, 2017. 349 páginas. 19'90 €, Ebook: 12'95 €

Es difícil detallar el contenido de estos 17 ensayos (18 si contamos el prólogo de Heinrich Geiselberg), pero no imposible, si atendemos a lo que tienen en común: el lugar desde el que están escritos. Entre los autores de El gran retroceso están algunos de los intelectuales más significativos de la izquierda internacional, como Zizek o Pankaj Mishra, pero también de la nacional, como Rendueles o Santiago Alba Rico. Y también pensadores originales, más difíciles de etiquetar, como el belga David Van Reybrouck, autor del muy interesante Contra las elecciones (Taurus, 2016), en donde ofrecía valientes soluciones al actual estado de fatiga democrática.



Es una idea aceptada por la mayoría de los firmantes: nunca la democracia -en sentido moderno- ha gozado de tanta popularidad como ahora, nunca se apeló tanto a la importancia del voto y de la voluntad popular, y al mismo tiempo nunca sonaron tan fuerte las voces que acusan a ciertas élites políticas y empresariales de haber "secuestrado" las instituciones, haciendo que triunfara (porque la hacían triunfar) la ideología única del Mercado. Contra esto se alzan líderes fuertes que, en nombre de la democracia, amenazan con destruirla.



Por lo general los autores lamentan que no haya alternativa en la izquierda a un capitalismo que, como dice Alba Rico, "ya no garantiza un orden", cuya propia inestabilidad provoca, como reacción, el auge de esa extrema derecha liberticida. Alba Rico, por cierto, obvia al hablar de España cualquier fuerza de cambio que no sea Podemos, partido, dice, que encarna la "frágil excepción [española] a la desdemocratización europea" y que se presenta a las elecciones, según él, "sin más etiqueta que la del sentido común". Yerra algún tiro: escrito su texto antes de las elecciones francesas, el filósofo veía entonces únicamente dos alternativas para el hexágono, que convenientemente confirmaban sus tesis: Le Pen (derecha liberticida) o Fillon (derecha sistémica). Ahora podría reescribir esa parte, pero tendría que sustituir a Fillon por Macron, y librar a éste del cosmopolitismo con que sus partidarios habrían ocultado su verdadera naturaleza de derecha sistémica.



El sistema posterior a la guerra fría, sin la alternativa del comunismo, tiene sus propios referentes, construidos, razona Mishra, tras la caída del muro. Aquí caben desde Churchill hasta la civilización occidental. La alternativa a que apelan estos autores servía sólo en la diálectica de la guerra fría, a cuyo fin no sobrevivió. De ahí emerge una crítica de fondo a la propia izquierda, cuya incomparecencia va camino de generar verdaderos monstruos.