David Lynch. Foto: Aldridge
El estreno de los primeros capítulos de la tercera temporada de la serie Twin Peaks y su lanzamiento mundial en el Festival de Cannes han incentivado la aparición de estudios sobre David Lynch (Missoula, Montana, USA, 1941), un raro caso de cineasta de culto universal con sólo diez largometrajes en su haber y con una trayectoria no exenta de fracasos y de respuestas muy minoritarias en la taquilla.En marzo se estrenó David Lynch: The Art Life (2016), un documental centrado en sus comienzos como pintor -ya disponible en DVD-, y, reforzando la estimable bibliografía ya existente en castellano, también se han editado el libro colectivo Regreso a Twin Peaks (Errata Naturae) y David Lynch, el onirismo de la modernidad (Ediciones JC), de Javier Memba.
David Lynch, el hombre de otro lugar está escrito por el crítico y programador neoyorkino Dennis Lim (1973) y responde con brillantez a esa habilidad tan norteamericana de conciliar el ensayismo analítico con la profusión de datos biográficos, las anécdotas significativas y una fluida narratividad periodística a la hora de relatar los procesos de creación de las películas.
Muy pronto se pregunta Lim, y se lo pregunta a Lynch, qué puede ser lo "lynchiano", puesto que da por evidente que el cineasta es un autor con un universo y un estilo propios y reconocibles. La respuesta no es fácil. El director recurre a un maestro de la meditación trascendental -que Lynch practica y promueve desde hace décadas- que le indicó que, al mirar un donut, no fijara su vista en el agujero. Pues bien, dice Lynch, lo "lynchiano" es, precisamente, el agujero.
¿Y qué hay en ese agujero sin duda existencial? El libro de Lim va acumulando ingredientes: el miedo, la angustia, el subconsciente, la deformidad, la excepción monstruosa, el deseo y la morbidez sexuales, el crimen, la escisión de la personalidad, el vacío espiritual, el infierno familiar, la devastación interior y exterior, y suma y sigue, y todo ello en una sensorial atmósfera estética hecha de pictoricismo, de decorativismo teatral, de creciente expresionismo en los colores, objetos, figuras, músicas y ruidos.
Tarea aparte, y Dennis Lim la aborda en un pausado recorrido cronológico, es matizar, dentro de ese magma temático y estilístico configurado tanto por las características comunes a sus películas como por la necesidad de fijar una esencia, las diferencias entre sus filmes, pues lo mismo que en el "corpus" global de su filmografía se puede rastrear a Franz Kafka o a Francis Bacon, no es fácil tender hilos entre El hombre elefante (1980), Terciopelo azul (1986), Una historia verdadera (1999) e Inland Empire (2006), por sólo citar cuatro hitos muy distintos en la evolución del cine de Lynch. Lim escarba y profundiza, consigue encontrar los parecidos en el aparente caleidoscopio de las disparidades, en la constante paradoja de la realidad irreal y de la irrealidad real que constituye el mundo de Lynch.
Hitos, decía. La lectura de un libro como El hombre de otro lugar hace pensar -y quizás ahora esté manifestando un gusto muy personal- que todas y cada una de las diez películas de David Lynch, las más y las menos redondas, son un hito. En el sentido, al menos, de que en todas hay imágenes y secuencias, instantes y hasta horas que se graban en nuestra memoria con la fuerza de lo irrepetible, de lo que no se parece a nada.
El hombre que medita, que viste una camisa blanca abotonada hasta el cuello y que ofrece un rostro amable y tranquilo nos ha legado hasta ahora un universo trufado de oscuridad, turbiedad e inquietud, que está enfermo y enferma, que está trastornado y trastorna. Alfred Hitchcock, desde su aspecto de burgués trajeado, serio y orondo, también lo hizo. ¿Cómo es, en realidad, David Lynch? ¿Qué clase de inevitable dualidad anida en su persona?
La respuesta no es sencilla ni puede ser directa. Lim va dando las pistas y los elementos que nos permiten ir haciéndonos una idea sobre este tipo que casi todas las mañanas, durante años, subió un breve video a su página web. ¿Algo truculento? Con una taza de café en la mano, David Lynch daba su parte sobre el estado del tiempo en Los Ángeles.