Richard J. Evans. Foto: Crítica

Traducción de Juan Rabasseda. Crítica. Barcelona, 2017. 1.008 páginas. 38,90 €

Los interesados en la historia del siglo XX asociarán sin duda el nombre de Richard Evans con la magna trilogía sobre la Alemania nazi que se ha ido traduciendo al español desde hace unos años: La llegada del Tercer Reich, El Tercer Reich en el poder y El Tercer Reich en guerra (Península, 2005, 2007 y 2011 respectivamente). Evans (Woodford, Londres, 1947), profesor en la Universidad de Cambridge, es un reconocido especialista en la reciente historia germana, aunque también ha escrito sobre cuestiones históricas más generales y, como en este libro, se ha interesado igualmente por la visión de conjunto: la evolución de Europa en el siglo casi exacto que media entre la derrota definitiva de Napoleón y el estallido de la I Guerra Mundial (1815-1914). Una síntesis -sin notas bibliográficas- que constituye un reto para cualquier historiador y que Evans ha resuelto con maestría y erudición en este denso volumen que supera las mil páginas pero que se lee con facilidad y con un interés que no decae.



Ello es así porque, a diferencia de otras obras de parecidas características, el historiador británico ha confeccionado su ensayo, como él mismo explicita, no solo "como una obra de referencia" sino pensando en que sea "leído desde el principio hasta el final". No es una mera declaración de intenciones, como puede comprobarse casi en cualquiera de sus páginas. De hecho, ya desde el propio título, se anuncia el propósito de dotar de un sentido inequívoco la interpretación del devenir europeo a lo largo de esas convulsas décadas: para Evans el concepto fundamental que permite unificar y entender la heterogeneidad de acontecimientos que describe es el del poder. Obviamente, poder en un sentido muy amplio: desde el poder político más convencional o el poder de la fuerza bruta hasta el poder económico, cultural e ideológico. Y también, como no podía ser menos, las diversas luchas contra esos poderes establecidos por parte de aquellos que estaban sojuzgados o excluidos, desde las mujeres como colectivo a los proletarios y campesinos.



No es extraño por tanto que el panorama general que bosqueje Evans tenga un marcado carácter político. Dicho de otra manera, en estas páginas vamos a encontrar básicamente una historia política de Europa. De los ocho extensos capítulos que integran la obra, cuatro presentan plenamente ese carácter; otros dos, sin perder del todo esa perspectiva, se inclinan por el análisis social y económico, uno más se dedica a la "conquista de la naturaleza" y, en fin, hay un capítulo para trazar el ambiente cultural, "la era de la emoción". Puede decirse, pues, que desde el punto de vista formal y de contenido estamos ante un enfoque clásico, nada rupturista.



Ahora bien, conviene aclarar que el autor se propone hacer una historia transnacional -Europa como realidad y no solo ámbito geográfico- y no una mera yuxtaposición de historias nacionales. Mediante pinceladas sueltas, Evans nos va informando de lo que estaba pasando o de cómo se vivía en cada uno de los rincones del Viejo Continente, mencionando incluso de pasada aquellos sucesos del resto del mundo que incidían directamente aquí, como la emancipación de los países americanos o la penetración colonial en Asia. Con todo, es inevitable que unos países tengan muchísimo mayor protagonismo que otros. Así sucede con las grandes potencias que marcan el devenir europeo -Gran Bretaña, Francia y Prusia (luego Alemania), siempre en precario equilibrio y rivalidad, con Rusia en un extremo como contrafigura permanente-, quedando todos los demás actores en un discreto segundo plano o destacando tan solo de forma puntual: unificación de Italia, guerras balcánicas, etc.



Evans combina de modo eficaz el diseño de las grandes líneas y el análisis de las estructuras con la atención al detalle, a la vida cotidiana y a personajes que resultan relevantes por algún motivo. Es sintomático en este sentido que cada capítulo preludie describiendo la trayectoria vital concreta de un hombre o una mujer (hay paridad, cuatro y cuatro, signo de los tiempos). De este modo se ponen rostros o nombres a una determinada situación. En definitiva, el resultado es una mezcla de brillantez y amenidad que consigue satisfacer al especialista sin ahuyentar a un público más amplio.