Manuel Hidalgo
En un mundo cada vez más poblado y concentrado en ciudades, los espacios íntimos escasean. Automóviles y cuartos de baño se han convertido a lo largo del último medio siglo en los lugares por excelencia para uno mismo. Sobre coches se ha escrito mucho al hilo del significado de la velocidad, la tecnología o de lo que supuso para la libertad de las mujeres. En cambio, el cuarto de baño, entendido como un espacio total apenas ha merecido atención, pese a que en la bibliografía anglosajona existe, con bastante éxito, un apartado dedicado a lo que se denomina historia natural de las cosas de la vida cotidiana. Dentro de ese marco, se han publicado numerosos libros que indagan desde la evolución del sujetador hasta la historia del váter.De ahí que este delicioso volumen propuesto por Manuel Hidalgo (Pamplona, 1953) tenga como primera virtud la de llevarnos a un territorio que, pese a su inmediatez, ha sido escasamente frecuentado por la escritura. Lo segundo que agradece el lector es una presentación muy cuidada, de regalo diríamos. Tamaño, calidad de papel y excelentes ilustraciones debidas a Daniel Hidalgo, hijo del autor, componen un objeto que gusta al tacto y a la vista.
Las veinticuatro piezas, a modo de secuencias cinematográficas, que componen El lugar de uno mismo dan al lector una completa visión del significado del cuarto de baño en nuestra vida cotidiana y de cómo ha sido visto desde el cine. Al mismo tiempo y a modo de argamasa, Hidalgo narra su propia relación con la pieza más recóndita de las numerosas viviendas que ha ido ocupando a lo largo de su vida. A sus cinco años ya sabe que el cuarto de baño es mucho más que el lugar al servicio de las necesidades fisiológicas y el aseo. Estamos a finales de los 50 y la familia Hidalgo se traslada a vivir a casa de los abuelos, un espacioso piso pamplonés que sólo tiene un cuarto de baño alicatado con azulejos blancos y un retrete. No había agua caliente porque no se utilizaba la cocina de leña para tal menester. En el frío invierno se calentaba el agua de la bañera con una resistencia eléctrica y se contaba con el apoyo de ollas de agua caliente traídas desde el fogón de la cocina. La ducha y la proliferación de cuartos de baño vendrán más tarde.
Licenciado en Periodismo, Hidalgo trabaja en El Mundo desde 1989. Su conocimiento del cine es wikipédico. De ahí que el contraplano constante de su inquieta observación de la composición y función del cuarto de baño sean películas. La que abre y cierra este volumen es El anacoreta (1976). Una cinta en la que vemos a un Fernán Gómez que lleva once años instalado en el espacioso cuarto de baño de su casa con la intención de "vivir una vida con sentido y satisfacción".
Con este agudo y divertido volumen, el autor entra en el selecto club de los escritores capaces de trasladar al lector el significado profundo de aquello que compone la vida cotidiana. Un texto en la espectacular línea del mejor Theodor Zeldin o el Vicente Verdú de Enseres domésticos.